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Contribuye tambien para su inutilidad el no haberse hasta ahora reconocido canal para llegar á dichas bahías, mas que por una infinidad de bajos y la costa, la que se supone ser buena.

Desde el primer momento, Cádiz me habia ofrecido muchas semejanzas de aspecto con la ciudad de Cartagena en «Nueva Granada». Semejanza no es el término propio: es no qué analogía vaga en la configuracion de la isla y las bahías, en la estructura exterior de la ciudad; algo de muy armónico en el estilo de las fortificaciones, en la atmósfera y el cielo.

En medio del océano, las bahías, la laguna y el cerro de la Popa, vegeta Cartagena, como un náufrago que vacila entre los abismos del mar y la soledad del desierto que limita un continente. ¡Qué de recuerdos allí! ¡qué sublime pobreza! ¡gloriosa mendicidad de una reina caida que se hace respetar por lo que fué, y admirar por la majestad de su dolor!

Por toda la comarca se ven las llanuras y las bajas colinas cubiertas de viñedos, plantaciones de cereales, olivares, etc., cuyas tintas hacen muy bello efecto en el horizonte lejano. La bahía tiene como 58 kilómetros de circunferencia. Como se ve, Cádiz remeda un barco inmenso flotando entre dos bahías, sacudido por las ondas en todas direcciones.

"Sepan todas las naciones, que las islas de Falkland con su fuerte, almacenes, desembarcos, puertos, bahías y ensenadas, pertenecen solo á Su Magestad Jorge III, rey de la Gran Bretaña, Francia é Irlanda, Defensor de la , &a., en testimonio de lo cual y en señal de posesion tomada por Samuel Guillermo Clayton, oficial comandante de las islas de Falkland, se ha puesto esta lámina, dejando desplegadas las banderas de Su Magestad Británica, en 22 de Mayo de 1774."

Esta eminencia aislada es una alta colina pedregosa, rodeada de ciénagas y bahías, á una milla de la ciudad, y en cuya cima los Españoles establecieron una fortaleza y un convento, las cosas mas características del sistema colonial que dominó en Hispano-Colombia; pero la República, que no quiere ni frailes ni cañones, ha dejado arruinar todo aquello, y hoy no queda sino un monton de escombros imponentes.

Que sus pasados lares do tenía sus amoríos sean sagrados. Esto ayudará no poco á hacerla nuevamente fecunda. En otros tiempos placíase en las bahías de California. ¿Por qué no dejarla en ellas? Así no se encaminaría en busca de los atroces hielos polares, de las míseras guaridas donde locamente se la persigue, impidiéndola juntarse y procrear.

Las aldeas de pescadores se transformaban en pueblos elegantes; los grandes hoteles de París y Londres edificaban sucursales enormes en las desiertas bahías; las tiendas más lujosas del bulevar instalaban su filial en villorrios donde algunos años antes todo el mundo andaba descalzo.

Aunque la experiencia de estos sucesos dieron á los sábios Ministros, que con tanta gloria de la nacion dirigen la monarquia, las luces y conocimientos, para que no llegasen á tener tan desgraciado fin estos últimos establecimientos de las Bahías sin Fondo y San Julian, no por eso han podido libertarse de iguales contrastes, que al fin lograron reducirlos á un estenuado esqueleto de la corta poblacion del Rio Negro.

Si no ocurría alguna catástrofe antes de llegar a ella, y ya comenzaban a tener esperanzas de que no ocurriera, los náufragos del junco podían considerarse en salvo, pues en las costas de la tierra de Torres desembocan buen número de ríos, los cuales, a su vez, forman pequeñas bahías.