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Y a todas estas, señores míos, ni una palabra os he dicho de aquel ejército, ni de su extraña composición; pero atended ahora, que lejos de ser tarde, es ésta la coyuntura propicia de hacerlo, según el refrán que dice: «Cada cosa en su tiempo, y los nabos en Adviento

Llegó, pues, a la procesión, y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y, con turbada y ronca voz, dijo: -Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.

No me retocéis la mano por entre las rejas de la fenestra, travieso mancebo, que tengo ante los ojos aquello de lo barato dado, caro llorado. Atended al tiempo y no quered perder el rocín y las manzanas. El que tiempo tiene y tiempo atiende, tiempo viene que se arrepiente; perdonad algo a la fuerza de mi amor.

Las dos mujeres, arrodilladas al pie del hogar y cubiertas las cabezas, ponen más altos sus ayes. Alzaos del suelo y atended a mis huéspedes. Dadles a todos de comer y beber. Vosotros entrad calentaos al amor de la lumbre. ANDREÍ

Pero vosotros, los que, alucinados por esa gloria, admiráis el coloso de la maldad, escuchad; escuchad, , un momento; atended un instante y veréis este prodigio disipado, desvanecido, destruido en menos tiempo del que necesitó para elevarse. ¿Dónde encontrar el rastro de su paso?

Si estás a la mitad, insigne bibliotecario, habrás llegado al parrafillo de la <i>Inquisición</i> que caerá en la I. No, porque pongo la Inquisición en la <i>y griega</i>. Grandes y estrepitosas y retumbantes risas. Atended un poco.

Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: ¡Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido.

¿Y no encontraremos en tierra tribus hostiles? La Nueva Guinea es grande, Cornelio, y no está muy poblada. No es probable que tropecemos con enemigos. ¿Se nos acercan, Horn? Creo que no respondió el piloto, que no perdía de vista las piraguas . Corren mucho; pero no nos ganan terreno por ahora. ¡Vosotros atended a las velas, y dejadme a el cuidado de dirigir la chalupa!

Tened, pues, un adarme de paciencia, y mientras aquellas distinguidas personas se preparan para ponerse en camino hacia Madrid, adonde con vuestra venía pienso acompañarlas, atended un poco más. El mismo día 22 encontré a Santorcaz, puesto ya al frente de su partidilla, la cual, como he dicho, estaba formada de lo mejorcito del país.