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¡Bajáos, montañas! ¡alzáos, llanuras! ¡Y que yo ver pueda do están mis amores! #El montañés libre# Las rugosidades formadas en la superficie terrestre por montañas y valles son por consiguiente un hecho capital en la historia de los pueblos, y explica á veces sus viajes, sus emigraciones, sus conflictos y sus diversos destinos.

Y cayó de rodillas, como quien adora, á los pies de la dama. Dejáos, dejáos de niñerías dijo ella ; tal vez nos observan; alzáos, y hablemos aún algunas palabras... pero no de amor. ¿Estáis ya seguro de que no soy la reina?

Alzad la noble frente, Que adornan las señales De la metralla ardiente, Alzaos del frio lecho, Con voces en el pecho, Latiendo el corazon. Rasgad con mano fuerte La fúnebre mortaja Con que os vistió la muerte, Y oireis la sorda caja Que toca ¡á bayoneta! La voz de la corneta, Y el trueno del cañon.

¡Oh! exclamó Dorotea. Y de repente rechazó al joven. Alguien se acerca dijo ; alzáos, alzáos. En efecto, Juan Montiño oyó abrir una puerta inmediata y se levantó y fué á tomar su sombrero. No os vayáis dijo Dorotea , quedáos; sea quien fuere, ¿qué importa? Abrióse la puerta y apareció un hombre con traje de soldado. Llevaba calado el sombrero, y su mirada era insolente y provocadora.

Las dos mujeres, arrodilladas al pie del hogar y cubiertas las cabezas, ponen más altos sus ayes. Alzaos del suelo y atended a mis huéspedes. Dadles a todos de comer y beber. Vosotros entrad calentaos al amor de la lumbre. ANDREÍ

9 Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. 10 ¿Quién [es] este Rey de gloria? El SE

Y levantando un coro de clamores Los demonios, al son de ronca trompa, Te arrojen donde yacen los traidores, Con infernal y con grotesca pompa! Alzaos del polvo inerte Vencidos, no domados, Cerniendo la melena Como soberbio leon; Alzaos, y ante los bustos De hermanos degollados, Levante un pueblo libre Su alejado pabellon.

Con el rostro oculto y sacudida, por los sollozos, pronunciaba palabras incomprensibles; mientras su hijo repetía, asiéndola de los hombros: ¡Alzaos, madre; alzaos! ¿Qué os pasa? ¿Qué os hace llorar? Ella levantó por fin su empapado rostro, y después de un instante: Una gran desdicha respondió, la más grande, la más cruel que podía acaecerme: ¡tu olvido de Dios, Ramiro; tu perdición!