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Actualizado: 13 de junio de 2025


Un día conversaron acerca de Julio, y Adriana escuchó sin perder palabra. Carmen extrañaba de que nunca le hubieran conocido ellas ningún amor. No hay mujeres para Julio, murmuró Laura. Sería raro que no tuviera alguna pasión por ahí, añadió Zoraida.

A lo cual ella respondió: ''En verdad que si fueras de mi padre, que yo hiciera que no te diera él por otros dos tantos, porque vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto decís, y os hacéis pobres por engañar a los moros''. ''Bien podría ser eso, señora -le respondí-, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato y la trataré con cuantas personas hay en el mundo''. ''Y ¿cuándo te vas?, dijo Zoraida.

Especialmente, le ofreció don Fernando que si quería volverse con él, que él haría que el marqués, su hermano, fuese padrino del bautismo de Zoraida, y que él, por su parte, le acomodaría de manera que pudiese entrar en su tierra con el autoridad y cómodo que a su persona se debía. Todo lo agradeció cortesísimamente el cautivo, pero no quiso acetar ninguno de sus liberales ofrecimientos.

Enmudeció repentinamente ante Zoraida que vino a sentarse junto a ellas. No sirves para disimular, Camucha. En la cara te adivino que le hablabas de dijo acariciándola. ¡Indiscreta! Le habrás contado mi manía de ser monja. Carmen, muy colorada, no atinó a defenderse. Pero no se lo creas todo, Adriana. Camucha es demasiado novelera. Aquello fue más bien fantasía de chica.

Cuando él hablaba, fingía distraerse, le dejaba conversando con Zoraida y llevándose a Laura al otro extremo del salón, se ponían a hojear el álbum de los retratos abierto sobre la falda de ambas. Sentía, sin saber por qué, la necesidad de mostrarle indiferencia. Sin embargo, no advertía en Julio señal alguna de que esta actitud le afectara.

"¿Y este muchacho, pensaba Adriana, este muchacho tan elegantón y tan absolutamente seguro de mismo escribía las cartas divinas que dice Camucha? ¿Es posible concebirle protagonista de la novela de amor interrumpida por Zoraida?" Echó involuntariamente una ojeada a Laura, y en el fondo de su dulce y noble mirada, leyó en seguida: "¿Comprendes, ahora, que no podría volver a quererle?"

Pero ahora comprendo, era una pasión completamente pura. Ya se besaban demasiado con los ojos. ¿Qué piensas , Adriana? Un amor puramente ideal que no tenga algo por lo menos de humano, ¿será el más verdadero? Después te diré, no te interrumpas, repuso Adriana. Bueno: Zoraida les molestaba siempre y vinieron escenas incómodas. Después... sabes cómo suceden esas cosas.

Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase.

"Hoy, cuando él vino, se había puesto en una postura romántica, el codo en la rodilla y la cara apoyada en el dorso de la mano. Julio la comparó con "El Pensador" de Rodin. Ella se quedó callada. "¿Una pena de amor? "Peor que eso, Julio. Me ha pedido Lorenzo en matrimonio, y Zoraida no sabe qué contestar. "Lorenzo... Lorenzo... Julio quería recordar. Había oído ese nombre varias veces en la casa.

En el rostro de todas, hasta de Zoraida, había una animación inusitada. Julio escuchaba y casi no tomaba parte en la conversación. Miraba siempre a la que hablaba, pero su actitud se parecía a la de alguien que estuviera completamente solo. Aquella velada terminó con un episodio extraño, que dejó en el espíritu de Adriana un ancho rastro de pena.

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