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Actualizado: 13 de junio de 2025


Y el rostro de la anciana sonreía con expresión de dichosa ingenuidad senil. Tomaron una casa muy linda, continuó en la calle de la Piedad, junto a la iglesia. ¿Viven ustedes siempre allí? ¡Oh, no señora! Nos mudamos. Yo apenas me acuerdo. La echaron abajo hace tiempo, abuelita dijo Zoraida. Ahora viven en la calle Cerrito, a pocas cuadras de aquí.

Traía de la mano a una doncella, al parecer de hasta diez y seis años, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a todos puso en admiración su vista; de suerte que, a no haber visto a Dorotea y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difícilmente pudiera hallarse.

¡Camucha! gritó Zoraida como si hubiera experimentado un dolor punzante. Todos miraron a Laura. Se había levantado con los ojos fijos en Carmen y algo indecible en la expresión. Adriana la vio palidecer y buscar un arrimo. ¿Pero qué dijo Carmen? preguntó Julio, yo no alcancé a oír, no alcancé a oír.

Si no, mírala bien, y verás cómo te digo verdad''. Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras.

Desde allí nos llevaron y repartieron a todos en diferentes casas del pueblo; pero al renegado, Zoraida y a nos llevó el cristiano que vino con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo.

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