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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Carmen protestó con tono de reproche: ¡Raro! ¿Y acaso nosotras no nos parecemos a él? ¡Pensar que lo pasamos aquí tan escondidas y como olvidándonos de vivir! ¿Quieres creer, Adriana, que Zoraida nos está contagiando su enemistad hacia el mundo? Como no ha podido entrar de monja quiere hacer de esta casa su convento. Ya ni por motivos de caridad nos relacionamos con nadie.
Hecho esto, me vine y di cuenta de cuanto había pasado al renegado y a mis compañeros; y ya no veía la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zoraida la suerte me ofrecía.
Eran dos criaturas sin experiencia, demasiado sensibles... como yo. Todo, seguramente, hubiera ido bien. La culpa fue de Zoraida. Ellos pretendían verse a solas, en secreto... Pero sólo por idealismo ¿sabes? por exceso de idealismo, sin malicia ninguna, eso te lo puedo jurar. Si yo creo que José Luis nunca llegó ni a besarla. Con mirarla, nada más, parecía que no cabía en sí de felicidad.
Diose orden, a suplicación de Zoraida, como echásemos en tierra a su padre y a todos los demás moros que allí atados venían, porque no le bastaba el ánimo, ni lo podían sufrir sus blandas entrañas, ver delante de sus ojos atado a su padre y aquellos de su tierra presos. Prometímosle de hacerlo así al tiempo de la partida, pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, que era despoblado.
La mejor, en nuestro concepto, es acaso Zoraida, cuya fábula es de mucho mérito, así como el desarrollo de su plan y su catástrofe, verdaderamente conmovedora; si hubiese habido más libertad en su forma, podría figurar dignamente entre las obras románticas, á que ha dado nacimiento la historia de Granada.
Más adelante comunicó tal propósito a su director espiritual, que la felicitó; también hizo voto de castidad y ya no quiso ocuparse sino de los trabajos que se impusiera como Hija de María. Cuando su padre murió, Zoraida cumplía diez y siete años; su decisión se hizo más ardiente que nunca. Fue preciso que Eduardo interviniera acerca del confesor.
Pero con frecuencia, exaltándosele la expresión del semblante, la idea musical la arrebataba. Entonces las otras enmudecían. Carmen, arrodillándose junto a Zoraida, la miraba con atención ingenua, y después, hacia las últimas notas, se oprimía el corazón y suspiraba sonriendo.
Cuando tomo un libro, obligándome a mí misma a leer, ocurre que al poco rato ni sé lo que estoy leyendo. Comencé una novela que, según dice Zoraida, es interesantísima. No he podido pasar del segundo capítulo. Han dejado de interesarme, ahora, los dramas puramente imaginados y la hermosura del estilo me entristece, no sé porqué.
En tanto Zoraida y Julio, dejando a la abuelita, habían bajado también y conversaban con tranquilidad en el vestíbulo. De pronto oyeron los sollozos de Adriana; iban a levantarse, sorprendidos, cuando ella cruzó corriendo, con el pañuelo en los ojos y desapareció como una sombra por la escalera, sin oír a Zoraida que asomándose por encima de la barandilla la llamaba desesperada, a gritos.
También la casa en que vivíamos nosotras la han echado abajo, explicó Zoraida. ¿Es posible? Pero el rostro de la anciana volvió a iluminarse: Una vez tu bisabuelo, como siguiendo la broma, me regaló un ramo de diamelas. Josefina se reía, pero no creo que le gustara mucho. Ah, ¡qué ricas diamelas! Y parecía aspirar de nuevo la fragancia y contemplar la escena remota en una milagrosa reaparición.
Palabra del Dia
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