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Actualizado: 23 de junio de 2025
No había acabado Quevedo de pronunciar estas palabras, cuando rechinó una llave en la cerradura del postigo del duque, se abrió éste, se vió luz y salió un bulto. El postigo volvió á cerrarse. Ahí le tenéis dijo don Francisco en voz baja á Juan . Dejadle que adelante algunos pasos más, y á él. Juan Montiño salió del zaguán y se fué tras aquel bulto.
Penetró en el zaguán, y acercándose casi respetuosamente al portero, de suntuoso levitón y gorra blasonada, le preguntó: ¿La señora de Martínez? No vive aquí. ¿Cómo? Que no es aquí. Sí, hombre; una señora joven y guapa que se llama doña Cristeta. ¡Acabara usted! Sí, señor. Segundo patio, escalera interior, piso tercero. ¿Está usted seguro? ¿Quedrá usted saber de la casa más que yo?
Casilda dijo don Pablo Aquiles a su hermana, voy a salir; cuidado con la reja del zaguán, y no dormirse hasta que yo vuelva, que no será tarde.
Y dirigiéndose a la joven: Vaya, niña: una tacita de té de hojas de naranjo, con unas gotas de éter. La enferma parecía no poner atención a los dichos del médico, y me miraba dolorosamente, como si quisiera decirme. «¡Ya lo ves! ¡No creo en nada de esto!» Recetó Sarmiento unas cucharadas y una pomada. Le acompañé hasta el zaguán. Doctor; dígame la verdad.... ¿Cómo ve usted a mi tía?
Don Luis procuraba no encontrar a los amigos y, si los veía de lejos echaba por otro lado. Así fue llegando poco a poco, sin que le hablasen ni detuviesen, hasta cerca del zaguán de casa de Pepita. El corazón empezó a latirle con violencia, y se paró un instante para serenarse. Miró el reloj: eran cerca de las diez y media. ¡Válgame Dios! dijo , hará cerca de media hora que me estará aguardando.
Un techo de pino acasetonado, con altos relieves en sus vanos, sostenido sobre un ancho friso de la escuela de Berruguete, así como una escalera de mármol con rica balaustrada del género gótico florido, parecían demandar otras paredes y otro pavimento, menos pobres, menos rudos; un enorme farol colgado del centro del techo, otro farol más pequeño pendiente de un pescante de hierro y que compartía su luz entre un nicho en que había un Ecce-homo de madera, de no mala ejecución, y un enorme escudo de armas tallado y pintado en madera; seis hachas de cera, sujetas á ambos lados en la balaustrada de la escalera, y otro farol pendiente del centro del techo de la escalera al fondo, eran las luces que iluminaban el zaguán, y dejaban ver las gentes que en él había.
Si se alejaba iba a dar a la guardia de extra-muros. No sabiendo qué hacer y viendo un portal abierto, entró en él, y empujando suavemente la puerta, la cerró. Oyó el ruido de los pasos de los hombres en la acera. Esperó a que dejaran de oirse, y cuando estaba dispuesto a salir, bajó una mujer vieja al zaguán y echó la llave y el cerrojo de la puerta. Martín se quedó encerrado.
Así es que resolví mudarme... Quince años había estado allí en aquel zaguán, y me entristecía el tener que marcharme a otro lado; pero era preciso, porque yo estaba ya un poco enfermo con la humedad... Sin embargo, estuve buscando unos días algún sitio a propósito y no lo encontré.
Presentía algo extraordinario en este alojamiento, pero estaba dispuesto á disimular sus impresiones, por miedo á perder el afecto y el apoyo de la sabia dama, que parecía ejercer un gran dominio sobre Freya. Entraron en el zaguán de un antiguo palacio.
Asomó en este momento por la verja dorada que dividía el zaguán de la antesala que se abría al patio, un hombre joven, vestido de negro, de quien se despedían con respeto y ternura uno de mayor edad, de ojos benignos y poblada barba, y un caballero entrado en largos años, triste, como quien ha vivido mucho, que retenía con visible placer la mano del joven entre las suyas: Juan, ¿por qué nació usted en esta tierra?
Palabra del Dia
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