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Actualizado: 7 de junio de 2025


Algo de genial había en ella, porque, confundida y mareada de tanto pensar, solía poner fin a sus cavilaciones sobre la plebe fina, diciendo: «¡Qué talento tengo y qué cosas me ocurren!». Capítulo XIV De aquellas cosas que pasan... Desde que Mariano empezó a entonarse, su tía Encarnación no podía hacer carrera de él. Halagos y amenazas, blanduras y rigores, eran igualmente ineficaces contra él.

Más para venir en conocimiento de lo que fueron y para apreciarlas en todo su valor, hay que tener en cuenta, precisamente, las exigencias de aquellas costumbres, el aspecto general de la edificación, la traza y proporciones de sus calles; y contando ya con estos antecedentes y con los datos que nos suministran los papeles viejos, podremos intentar, una casi restauración de la antigua ciudad, á partir del siglo XIV, que estimamos ha de aproximarse no poco á la verdad.

CAPÍTULO XIII. Los autos de D. Pedro Calderón. El pintor de su deshonra. La cena de Baltasar. El divino Orfeo. La vida es sueño. La serpiente de metal. 7 CAPÍTULO XIV. Francisco de Rojas. 43 CAPÍTULO XV. Continuación del examen de las obras dramáticas de Rojas. 73 CAPÍTULO XVI. Agustín Moreto y Cabañas. Sus obras serias. 93 CAPÍTULO XVII. Comedias de Moreto. 123 CAPÍTULO XIX. Matos Fragoso.

Un solo hombre principió esta obra gigantesca; siete siglos la terminaron. Aquí han trabajado sucesivamente el Papa Alejandro III, que puso la primera piedra en 1163, Felipe Augusto, el Cardenal de Noailles, Juan de Montaigu, Felipe el Hermoso, San Luis, Luis XIV, Luis Felipe y Napoleon III. Bajo La Convencion, Nuestra Señora de Paris se vió convertida en templo de la Razon.

Muchas son las que permiten asegurar que hubo por aquellos tiempos artistas habilísimos aunque se ignora dónde aprendieron, cómo empezaron a formarse, y en qué diversas tendencias o ideales se inspiraban. Lo único indudable es que en los siglos XIII y XIV monarcas, municipios y cabildos les empleaban a su servicio remunerándoles espléndidamente; prueba de que gustaban sus obras.

Sus citas históricas solían referirse a las queridas de Enrique VIII y a las de Luis XIV. En tanto, el salón amarillo estaba en una discreta obscuridad, si había pocos tertulios. Cuando pasaban de media docena, se encendía una lámpara de cristal tallado, colgada en medio del salón. Estaba a bastante altura; sólo podía llegar a la llave del gas Mesía, el mejor mozo. Los demás se quejaban.

Se habló de sus batallas, de sus proezas, de su modestia, que le hizo rehusar los títulos y el collar con que quiso agraciarle Luis XIV, y sobre todo de su extraordinaria suerte. Porque salido de la nada, pues era hijo de un pobre impresor, de simple soldado llegó a la elevada categoría de mariscal.

Moras, judías, chinas, damas godas, venecianas, griegas, romanas, de Luis XIV, del Imperio, etc., etc.; reinas, esclavas, ninfas, gitanas, amazonas, sibilas, chulas, vestales, paseaban amigablemente del brazo o formaban grupos charlando y riendo entre caballeros del siglo pasado, soldados de los tercios de Flandes, pajes y nigrománticos.

Aquel incomprensible viejo vivía en su casa como Luis XIV en su reino, sin preocuparse del porvenir y diciendo: «¡Después de , el diluvioSe levantaba ya tarde, almorzaba con excelente apetito, se pasaba una hora en el tocador, se teñía el pelo, se ponía colorete, se pulía las uñas y paseaba sus gracias por París hasta la hora de comer.

Tres personajes que llenan la historia de la humanidad, han pisado en un mismo siglo las escaleras de ese alcázar: Richelieu, Luis XIV y Pedro el Grande. El Palacio Real ha tenido sucesivamente los nombres que voy á anotar. Presten atencion mis lectores. En sus primeros tiempos, se llamó: Palacio de Richelieu y Palacio del Cardenal. Bajo Ana de Austria, Palacio Real.

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