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No se sabe si durante su primer viaje a Italia, por los mismos meses que La fragua de Vulcano y La túnica de José, o lo que es más probable, ya de regreso pintó Velázquez el Cristo atado a la columna que figura en la Galería Nacional de Londres.

Al punto que los indios grita dieron, Soltaron mucha fuerza de flechazos Con fuego, y las flechas encendieron Las tiendas de algodon y cañamazo. Con presteza los mozos acudieron, Tirando tan terribles cañonazos, Que cierto figuraba por el llano Andar furioso y listo el dios Vulcano.

Esas familias casi no conocen el sabor de la carne; su alimento consiste principalmente en habas y judias, y Granada les compra los frutos rosados de millares de cactus. Por último, las numerosas fraguas subterráneas de aquella raza de albéitares y estañadores, me hacían imaginar que visitaba el reino de Vulcano en caricatura. Pero no se crea que los Gitanos aman mucho sus cuevas.

Subió al cielo su madre, para que Vulcano le hiciera un escudo nuevo, con el dibujo de la tierra y el cielo, y el mar y el sol, y la luna y todos los astros, y una ciudad en paz y otra en guerra, y un viñedo cuando están recogiendo la uva madura, y un niño cantando en una arpa, y una boyada que va a arar, y danzas y músicas de pastores, y alrededor, como un río, el mar: y le hizo un coselete que lucía como el fuego, y un casco con la visera de oro.

Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sin saber qué hacer; porque su hijo Apolo quería proteger a los troyanos, y su mujer Juno a los griegos, lo mismo que su otra hija Minerva; y había en las comidas del cielo grandísimas peleas, y Júpiter le decía a Juno que lo iba a pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el sabio del Olimpo, se reía de los chistes y maldades de Apolo, el de pelo colorado, que era el dios travieso.

He cumplido ya tus mandatos, soberano Padre; NEPTUNO y su corte no pueden venir, pues temen perder el imperio de los mares, á causa del actual arrojo de los hombres; VULCANO aún no ha terminado los rayos que le encargaste para armar al Olimpo y los está concluyendo; en cuanto á Pluton ... ¡Basta! Tampoco los necesito. HEBE, y , GANÍMEDES, repartid el néctar para que beban los inmortales.

Tengo una soberbia trompa guerrera, una lira y una corona de laurel esmeradamente fabricadas: la trompa es de un metal, que solo VULCANO conoce, más precioso que el oro y la plata; la lira, como la de APOLO, es de oro y nacar, labrada también por el mismo VULCANO, pero sus cuerdas, obra de las Musas, no conocen rivales, y la corona, tejida por las Gracias, del mejor laurel que crece en mis jardines inmortales, brilla más que todas las de los reyes de la Tierra.

En el segundo, más suelto, más fácil, comienza a dar al claro-obscuro una importancia excepcional: el cuadro de Los borrachos representa una observación de la totalidad sin precedentes, pero aún no ha perdido en él aquella primitiva dureza. Las obras que dan más completa idea de este período, son las que pintó en su primer viaje a Italia, La fragua de Vulcano y La túnica de José.

Cervantes prefería el Persiles á todas sus obras: la posteridad piensa muy de otra manera; pero sea cual fuere el juicio, que de ella se forme, no deja de asombrarnos que la escribiera un anciano de sesenta y ocho años, desplegando tan exuberante fantasía, que, como dice Calderón, semejante á Vulcano, ocultaba bajo su capa de nieve ríos de fuego.

Nunca debió Velázquez de tomar muy en serio la mitología: cuando muchacho, en casa de Pacheco, donde habían de leerse y comentarse composiciones poéticas apropiadas al gusto de la época, con amores y aventuras de héroes y dioses, él pintó animales y pescaderías; cuando fue a Italia y respiró aquella atmósfera, esencialmente pagana, trajo La fragua de Vulcano; cuando en los últimos años de su vida le ordena el Rey decorar una estancia de Palacio, hace cuadros en que representa a los personajes de la fábula como simples mortales.