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Actualizado: 26 de junio de 2025
Forman un compacto grupo dispuestos a la pelea: bostezan los arcabuces mostrando sus bocas negras; que ansían vomitar muerte y les aburre la huelga: suena el clarín sacudiendo de su mudez la vergüenza, y a su son acude el dia, precedido de la incierta luz del alba, como nuncio de su próxima presencia.
Mientras caminaban hacia la mansión de los Quiñones, el barón no cesó de vomitar injurias y amenazas de muerte contra la esposa del maestrante. Fray Diego procuraba inútilmente calmarle. Sus instintos sanguinarios se iban exacerbando de tal modo, que el ex-fraile, temiendo una catástrofe, se despidió al llegar a la puerta del palacio. El barón tiró de la campana.
El general Pastor aplaudió entusiasmado la hábil estrategia del diplomático; el señor Pulido bajó modestamente los ojos, como si le tocara grande parte en la paternidad de la idea, y la duquesa, encantada, comenzó a vomitar nombres propios, juicios críticos, filiaciones y datos biográficos que probaban bien a las claras su consumada pericia en el arte de averiguar vidas ajenas.
Ni yo, ni nadie en Italia ha podido gustar de todas esas tristes extravagancias. Las bodas del Pecado y la Muerte, y las culebras que pare el Pecado provocan á vomitar á todo hombre de gusto algo delicado; y su prolixa descripcion de un hospital solo para un enterrador es buena.
Las fiebres intermitentes con somnolencia, conatos á vomitar, saliva filamentosa y aumentada, y sin sed notable, grande sensibilidad al frio antes del acceso, son del dominio del tártaro estibiado. La fiebre es con mas frecuencia remitente, con accesos por la tarde hácia la noche. El frio y calor son menos notables que el sudor, el cual es abundante y supera á los otros estadios en duracion.
Esto, sí... Maximiliano maltratado... tú entrando en casa tan tarde y con esos modos de traidora de melodrama. Fortunata, después de mirar de hito en hito a doña Lupe por espacio como de un minuto, volvió a apoyar la mejilla en el puño sin decir una palabra. «Pues me he enterado... Me gusta...». Y fue a la alcoba, porque se oyó la voz de Maxi llamando. Poco después se le sintió vomitar.
¡Anda, tinaja, cuba, mosquito! ¡Toma, toma, para que vuelvas otra vez, pellejo, odre! ¡Ve a dormir la mona, cuero! ¡A la taberna con tus huesos, larpán, tonel de mosto! ¡A la cárcel, borrachos, a vomitar lo que tenéis en esas tripas! Limpia estaba la calle; más limpia ya que una patena: silencio profundo había sustituido al vocerío, a los mueras y a la cencerrada feroz.
Eran las once y media de la noche. La gente aún discurría por las calles, sobre todo por las céntricas, donde algunos teatros comenzaban a vomitar por sus puertas centenares de espectadores.
Les obligaban a pasar noches enteras haciendo pitillos de arena para que después saliesen mejor hechos los de tabaco; en el paseo no les permitían levantarse del asiento de piedra que les habían señalado de antemano; les ponían en el cepo de campaña sin motivo alguno, aunque fuese después de comer, sólo por divertirse; los que eran más débiles solían vomitar o caer desmayados...
Al tiempo de acostarse, Miguel se vio obligado por más de media hora a oírle vomitar injurias contra su mortal enemigo. Al fin concluyó diciendo: «Por las buenas, Miguel, ya sabes que no hay hombre mejor que yo... ¡Pero por las malas, soy una fiera! Marroquín me las ha de pagar.
Palabra del Dia
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