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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
Pilla ahora mismo mi saco y la maleta de don Julián.... Volando.... Nos vamos a pie hasta Cebre.... Andando bien, tenemos tiempo de coger el coche. Obedeció el cazador sin perder su helada calma. Bajó la maleta y el saco; pero en vez de cargar ambos objetos a hombros, entregó cada bulto a un mozo de campo, diciendo lacónicamente: Vas con el señorito.
Vamos, Juanillo, haz un esfuerzo; llegaremos pronto al puesto... ¿Pero señor, dónde se meten los coches...? Ni uno sólo cruza por aquí... Allá lejos veo uno... ¡gracias a Dios!... ¡Se aleja el maldito!... Aquí está otro... éste ya es mío. A ver cochero... cinco duros si V. nos lleva volando al hotel número diez de la Castellana...
Este relato hubo de repetirlo el bueno del portero en obsequio al conde, añadiendo finalmente que el señor de Auvray y su acompañante habían tomado un simón, y que él les oyó dar esta orden al auriga: ¡Volando al Bosque de Bolonia... avenida de la Muette! El conde no quiso saber más; repitió estas señas a su cochero y partieron al galope.
Tan profundos eran ya el silencio y la oscuridad, que parecía la media noche. Caminaba por encima de los caballones de la tierra anegada y no sé por qué me vino a la memoria que otro tiempo en aquellos sitios mismos y en noches semejantes había cazado patos. Oía por encima de mi cabeza el rápido susurro que producen esas aves volando muy de prisa.
Sólo cuando oyó aquello de anhelar salir volando por el balcón, pensó, sin querer, en las brujas que van los sábados a Sevilla por los aires, montadas en escobas; y tuvo cierto miedo supersticioso de esta inclinación, que ofrecía relativa y sospechosa novedad. Se puso colorado, avergonzándose de su mal pensar. Ni en idea se atrevía a ofender a Emma, por temor de que le adivinase el pensamiento.
Si no fuésemos a creer sino lo que comprendemos, apenas creeríamos nada. Acudía a veces a la memoria de Poldy un cuento de las Mil y una noches, y se deleitaba en presumir que lo que a ella le pasaba tenía algún parecido con dicho cuento. En las más elevadas regiones del aire, se encontraron una noche un hada y un genio que iban volando en opuestas direcciones.
Era S. Eulogio, dice su condiscípulo Paulo Alvaro, tan pequeño de cuerpo como grande de alma. «Vé, carta, y sal con mucha priesa, volando por selvas y collados: atraviesa con apresurado curso los valles y busca los sagrados edificios del amado de Dios Benedicto. Allí siempre hallan reposo los que llegan fatigados: dáseles con abundancia verduras, pan y peces.
Lázaro, puestos los codos en el antepecho de la ventana y apoyado el rostro entre las manos, miraba distraído las bandadas de pájaros que, volando sesgadamente en torno de la vieja techumbre, venían a guarecerse en los intersticios de las tejas, y sentía que, tan rápidas como ellos, pero menos alegres, sus reflexiones iban trayéndole a la mente, en invasión desordenada, revueltas con las tenaces preguntas de la conciencia, las inseguras disculpas de la razón; y al par que cada pensamiento le mostraba sus ilusiones muertas para siempre, en nada descubría apoyo de consuelos presentes o vislumbre de esperanzas futuras.
En el mismo momento, otra mujer de alta estatura y maneras desenvueltas, se adelantó hacia el coche y dijo dirigiéndose al cochero: ¡Volando! ¡Á París. El cochero, asombrado, dijo: Pero mis viajeros debían ser un caballero y una señora.... El caballero no parte ya ... ¡Vivo! Y abrió la portezuela.
Desde la rebotica, donde estaba trabajando, la vio pasar por la calle: «Allá va la nave. Siempre tan puntual a la citita. Doña Lupe furiosa, el pobre Rubín ido, y esta paloma volando al tejado del vecino. ¡Qué lejos está ella de que le he descubierto el escondrijo! Trabajillo me costó; pero me salí con la mía. Y no es que me proponga delatarla... cosa impropia de un caballero como yo.
Palabra del Dia
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