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Actualizado: 8 de octubre de 2025


El visitante encuentra al señor X... discreteando amenamente con varios autores: allí están, sentados y formando semicírculo, D. Pedro y don Luis, dramaturgos de altísima y merecida reputación; el señor N..., crítico literario muy estimable; el señor O..., sainetero excelente, Pontífice Máximo de la Risa, y otros escritores de menor historia y cuantía.

Tòni lo había visto hecho otro hombre, con la barba recortada, vistiendo lo mejor de su equipaje, delatando en el arreglo de su persona un esmero minucioso, una voluntad decidida de agradar. EL rudo piloto hasta había creído percibir al hablarle cierto perfume femenil igual al de la visitante rubia. Esta noticia era la más inaudita para Caragòl.

Mucho rato después, cuando volvió Gallardo a su pieza, resignado a no sufrir necesidades dentro de su traje de lidia, encontró a un nuevo visitante. Era el doctor Ruiz, médico popular, que llevaba treinta años firmando los partes facultativos de todas las cogidas y curando a cuantos toreros caían heridos en la plaza de Madrid.

Era una vecina que prestaba sus servicios á Spadoni cuando se quedaba en la casa. La presencia de un visitante representaba para ella un acontecimiento. que está dijo . ¿No oye usted? Lubimoff oyó, efectivamente, amortiguado por los gruesos muros, el tecleo de un piano.

Entonces se abrazaron con abandono, y ella apoyando la mejilla en la cara de Julio, sólo sentía un deseo dulce de morir. En ese momento acudieron precipitadamente Zoraida y Carmen. ¡Ha venido un hombre, no sabemos quién es! El desconocido visitante estaba en el vestíbulo. La sirvienta, que no había podido detenerle, trajo la tarjeta. Leyeron el nombre: "Ricardo Muñoz".

Su sorpresa aumentó más todavía cuando apareció la visitante: era Adriana. Lucía, que no había cesado de acariciar la cabeza de Muñoz, se levantó enrojeciendo, mientras él clavaba la mirada, fijamente, en la figura de Adriana. Esta demostraba una extraordinaria agitación. Procuraba sonreír. ¡Ya ve, Muñoz, que no lo olvidan! exclamó Lucía.

La inspeccion del Palacio de las Artes, por rápida que sea, produce en el extranjero visitante una impression importante, á saber, que la sociedad de Lyon tiene evidentemente gusto por las bellas artes, pero no verdadero gusto artístico ó en las artes, puesto que, en lo general, sus obras públicas adolecen de mediocridad, y sus costumbres no están en armonía con esa distincion exquisita que es el sello característico del arte.

Al entrar en él se respira paz y recogimiento, y el visitante se siente tentado a exclamar como Lutero en Worts: Les envidio porque reposan: envideo quia quiescunt. Pero cuando Lutero pronunció esas palabras no entraba en el cementerio siguiendo el cortejo fúnebre de una persona querida: hablaba el filósofo, no el padre o el esposo.

Por su parte, Gillespie se mostraba tan impresionado como el traductor. Al ver que el poderoso visitante se ponía un vidrio ante un ojo para conocerle con más exactitud, él creyó del caso hacer lo mismo, por cortés reciprocidad.

De este modo vagaba con la imaginación, cuando llamaron a la puerta. Tiró sin levantarse de una cuerda que suspendía el pestillo, la puerta se abrió de par en par y entró un hombre. El visitante era de anchas espaldas y constitución robusta; este vigor no se reflejaba en su cara, bella aún, pero singularmente enfermiza y desfigurada por la influencia de una vida desarreglada.

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