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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Clara vaciló un instante, pero al cabo dijo alzando los hombros: Está bien; pásalo al salón. Y entregando su hijo a la niñera fuese a ver quién era el visitante. Cuando puso el pie en el salón una ola de rubor subió a sus mejillas. En medio de él, grande, colosal, más colosal aún que antes, se hallaba el marquesito del Lago. Este se puso también fuertemente colorado al verla.

El visitante dijo con aire de importancia al cochero: Pedro, pasee usted el caballo, al paso, durante un cuarto de hora; tiene mucho calor... Yo estaré aquí un rato y hay una corriente de aire atroz en esta calle.

Además le habían dicho que un salón «distinguido» no está completo si carece de un piano, pero con cuerdas horizontales y la tapa á medio levantar. Y compró el valioso instrumento, sin esperanza de que llegase á la Presa un visitante capaz de utilizarlo.

Luego subiremos también, si quieres, aunque no qué interés podrías tener en conocerle, ahora... Se sentaron juntas tomándose las manos, mientras oían la voz juvenil y expansiva del visitante resonar en el vestíbulo. ¿Estoy delgada, verdad? Es un principio de anemia. ¿Y no te cuidas? Ellas y Eduardo quieren llevarme a la estancia. Pero no me decido a ir.

Tal parece como si el pensamiento calentase aquellos cerebros de cera y animase sus gestos; y el visitante se impresiona de tal modo, que por momentos cree que la voz va á salir de los labios casi convulsos de aquellos séres artísticos, que tienen el calor, el aliento, la luz y la fascinapion de la vida física y moral.

Ustedes matan a algunos hombres; pero le dan de vivir a muchos más. Siéntese usted y dígame en qué puedo serle útil. ¿Quiere usted, quizá, que le recomiende algunos amigos? Lo haré con mucho gusto... Mi visitante se dejó caer en una butaca. Yo venía en busca de un intelectual exclamó y usted niega serlo. Esto me contraría considerablemente. Necesito un intelectual a todo trance...

Cuando el nuevo visitante se hubo cansado de mirar á Gillespie, medio tendido en la arena, saltó sobre uno de sus tobillos, que eran lo más accesible de las piernas en reposo. Luego empezó á caminar sobre la arista huesosa de la pantorrilla, pasando la redonda plaza de la rótula, para seguir avanzando por el lomo redondo del muslo, deteniéndose únicamente junto al abdomen.

Una mortificación más. ¡Todo sea por Dios!... Y entraron en el castillete, convertido interiormente en capilla. Allí hacían las señoras sus ejercicios no pudiendo entrar en el monasterio. Subieron la escalera, adornada con imágenes en cada rellano, y entraron en la antigua cámara, transformada en capilla. Lo primero que llamaba la atención del visitante era la escasa elevación del techo.

La obesa servidora que no se tomó ni aun la molestia de enterarse del nombre del visitante echó a andar delante de él pasillo adentro y abrió la puerta del despacho anunciando la visita con esta sencilla fórmula: Señorito, aquí hay un caballero que pregunta por usted.

A una altura muy considerable se detiene el visitante, sobre un balcon circular, para asistir á un admirable espectáculo de arte y perspectiva.

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