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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Y cuando venga la centella ardiente Que del cobarde el corazon caliente Y nos llene de aliento varonil; Danos sombra propicia con tus alas, Mientras que en el espíritu que exalas Impregnamos la túnica viril.
Y recobrando su viril apostura de amazona, segura de sí misma, volvió al banco, indicando a Rafael que se sentara al otro extremo. ¡Qué noche!... Estoy ebria sin haber bebido. Los naranjos me emborrachan con su aliento. Hace una hora sentía que mi habitación daba vueltas, que la cabeza se me iba; la cama me parecía un barco en plena tempestad.
Poesía puede haber; pero anda muy oculta bajo la dura ley social, que obliga a todos a decir la mitad, cuando mucho, de lo que piensan y de lo que sienten, y que al detener en los labios la expresión pintoresca y enérgica, engendra hábitos de convención elegante y de disimulo académico, a los cuales difícilmente se allana, ni siquiera para remedarlos, una naturaleza artística tan sana, robusta y viril como la de Pereda.
Se veía en toda su trágica ridiculez, apelotonado en el suelo, oprimido por el pie de la viril amazona, manchado de tierra, humilde y confuso como un delincuente que no acierta a disculparse.
Su nombre en la primera página aseguraba la circulación de un libro. A los pies del jesuíta la juventud de la nobleza y de la clase media era guiada desde la niñez á la edad viril y desde los primeros rudimentos hasta la filosofía. La literatura y la ciencia, que parecían haberse asociado con los infieles y con los herejes, volvieron á ser las aliadas de la ortodoxía.
Ramiro no quiso acompañar a Beatriz, un movimiento pudoroso le impulsaba a evitar en aquel momento la mirada de su madre. Inclinose, pues, con muda reverencia, y se alejó por los corredores. Aquella tarde, aquella noche y en los días que siguieron, Ramiro recordó sin cesar el coloquio del estrado. Parejas con la tiránica pasión, su orgullo viril crecía ilimitadamente.
Leonora parecía embriagada por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje. Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas. Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra del amor?
Este personaje, muy al contrario, parecía gozar de la mejor agilidad de sus miembros, se hallaba en lo más duro y viril de los años, que no llegaban a los cuarenta, y con muestras tales de robustez y fuerzas, que si causara empacho viéndole saltar y defender delante de uno algún puesto o calle, en trueque haría el más confiado del mundo a quien lo trajese consigo y mirase al lado.
Para Raimundo, esa inclinación tímida y anhelante del adolescente llena de zozobras y melancolías, se fundió con el amor de la edad viril, apetitoso y sensual. ¿Qué extraño, pues, que absorbiera toda la energía de su ser, toda su inteligencia y todos sus sentidos? Desde aquella noche memorable no volvió a pensar más que en Clementina.
Sin asomo de ironía, con voz viril aunque trémula, don Mariano trató de consolar a la que hubo de ser su cuñada... ¡Los papeles se invertían!... No llore Laura... le rogó. Yo le agradezco su amistad y su benevolencia... No me olvidaré en la vida de lo que acaba de decirme... ¡Es usted muy buena!... Y para demostrar mejor su agradecimiento, tomole la mano y se la besó respetuosamente.
Palabra del Dia
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