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El capitán andaba con triste vaivén, caídas las mustias plumas sobre el rostro lívido, sin otra preocupación que defender la vestimenta gloriosa de roces y manotones. ¡Respeto al uniforme!... Gallardo abandonó la procesión poco después de salir el sol. Había hecho bastante acompañando a la Virgen toda la noche, y seguramente que ella se lo tomaría en cuenta.

Pues yo creo dijo Nieves notándolo, que hacemos mal en apurarnos por lo menos, después de haber salido triunfantes de lo más... Dios, que me oyó entonces, no ha de ser sordo ahora conmigo... para una pequeñez; porque después de lo pasado, todo me parece pequeño, ya, Leto... ¡muy pequeño!... hasta el enojo y las reprensiones de papá... ¡Virgen María!

En cambio, te dirá que en su corazón hay una idolatría constante que la deja llevar con resignación las penas de la tierra: Dios y la Virgen. Te regalará una crucecita, una estampa o una medalla, para que las lleves como una protección contra la desdicha y contra la tentación del pecado. Pero una noche, por incidencia casual, has quedado solo con ella en el comedor.

Con este ánimo iba; pero quedé atónito al ver en Turquía muchos mas templos cristianos que en la isla donde habia nacido, y hasta crecidas congregaciones de frayles, á quienes dexaban en paz rezar á la virgen María, y maldecir á Mahoma, unos en griego, otros en latin, y otros en armenio. ¡Qué honrada gente son los Turcos! exclamé.

El piso temblaba como si pasara un carro. Nazaria llegó a una mesa y cogió un objeto voluminoso que encima de ella había. ¿Qué era aquello? Era una urna de madera y cristal, alta de tres cuartas. Dentro de ella había una virgen de los Dolores, y encima un toro de yeso, dos toreros, un niño Jesús, una enormísima moña.

La Virgen María no habría sido para ella el ideal más querido, si a sus perfecciones morales no reuniera todas las hermosuras, guapezas y donaires del orden físico, si no tuviera una cara noblemente hechicera y seductora, un semblante humano y divino al mismo tiempo, que a ella le parecía resumen y cifra de toda la luz del mundo, de toda la melancolía y paz sabrosa de la noche, de la música de los arroyos, de la gracia y elegancia de todas las flores, de la frescura del rocío, de los suaves quejidos del viento, de la inmaculada nieve de las montañas, del cariñoso mirar de las estrellas y de la pomposa majestad de las nubes cuando gravemente discurren por la inmensidad del cielo.

En una de las montañas vecinas se encuentra, dominando la ciudad, el antiguo fuerte de Nuestra Señora de la Guardia, al lado del cual está la capilla del mismo nombre, cuya vírgen goza de la mas alta veneracion de parte de los marinos.

Adriana buscó un rincón de penumbra y se recogió bajo una Virgen en cuya cara pintada groseramente habían figurado lágrimas de cristal. El hombre vino, caminando sin ruido; con su largo palo apagó, por encima de Adriana, los dos cirios que alumbraban el pobre altar. Ella se anegó en una vaguedad dulce y profunda.

El poeta eclesiástico que olvidaba otros cabellos para alabar los de María, le pareció sublime en su ternura; aquellos cinco versos despertaron en el corazón de Ana lo que puede llamarse el sentimiento de la Virgen, porque no se parece a ningún otro. Y aquella fue su locura de amor religioso. María, además de Reina de los Cielos, era una Madre, la de los afligidos.

Fué, á creer á los analistas, el rosario de la hermandad de la Virgen de la Alegría de san Bartolomé, el primero que salió con sus luces é insignias, disputándose con él la antigüedad el de san Pablo, organizado por cierto fray Pedro Martín de Ulloa, y á estos dos siguieron rápidamente otros muchos que hicieron reformas por entonces.