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Actualizado: 11 de mayo de 2025


¡Pero hombre de Dios!... exclamó el clérigo, disponiéndose a dar explicaciones. Consejero le atajó con ademán colérico, poniendo resueltamente las cartas boca abajo sobre la mesa. ¡Hombre del diablo! digo yo... ¿Cómo se le ocurre a usted correr un punto no estando cubierto?... Armose una disputa violenta que duró breves instantes.

Para ella, lo interesante era satisfacer la violenta necesidad que siempre había sentido de ser idolatrada, de triunfar de todas las demás. Tenía unos ojos de mirar suave, inocente, que engañaban. Nadie creyera que detrás de aquella mirada se ocultaba una voluntad tan firme y tan astuta.

Germana no estaba más tranquila que él. Presentía que su vida iba a decidirse en una hora y que su médico no era ya el señor Le Bris, sino el señor de Villanera. No obstante, los dos jóvenes, conmovidos hasta el fondo del alma por una emoción violenta, permanecieron algunos instantes sentados el uno al lado del otro en el más profundo silencio.

Era el único hombre que la había revelado la existencia de una vida distinta de la vida salvaje, sucia y violenta que la rodeaba. «Para la pobre Feli pensó Maltrana , yo soy la poesía; un pedazo de cielo que desciende hasta ella; algo superior que ama y venera a un mismo tiempo. ¡Con tal que no pierda las ilusiones al verme de cerca!...»

Pues, como íbamos diciendo, a esta espléndida ciudad de Jerusalén llegó nuestro bermejino prehistórico, acompañado de su guía, pero más confiado en su fiero garrote y en la primorosa honda que le había regalado Echeloría, y con la cual, según suele decirse, no se le cocía el pan hasta que vengase a su primer amor, descalabrando al raptor injusto de una violenta y certera pedrada.

Después aparece la bella judía Raquel, que ha presenciado la entrada del Rey, y que cree haber observado que la miraba con predilección. Va después á bañarse á un lugar alejado á orillas del Tajo. La casualidad lleva al Rey á este mismo paraje, y ve oculto á la judía, y siente, al contemplar sus gracias, la más violenta pasión.

Había en aquel carácter una extraña y violenta necesidad del martirio, y si por la superioridad de su alma le era difícil hallar compañeros que se la estimaran y animasen, él, necesitado de darse, que en su bien propio para nada se quería, y se veía a mismo como una propiedad de los demás que guardaba él en depósito, se daba como un esclavo a cuantos parecían amarle y entender su delicadeza o desear su bien.

Y luego rompió á llorar, y dijo en una de sus tremendas salidas de tono: Haga vuecencia de lo que quiera; pero yo no me acuerdo de nada. ¿Que no os acordáis? ¿habéis perdido la memoria? Lo he perdido todo, señor: mi dinero... mi mujer... mi hija... Y entre otra nueva y más violenta salida de tono, añadió: ¡Me han robado! ¡Me han perdido! ¡Que os han perdido!

Con Fortunata volvió a intimar después de la escena violenta que he descrito, y juntas echaron largos párrafos en la cocina, mientras pelaban patatas o fregaban los peroles y cazuelas. Allí gozaban de cierta libertad, y estaban sin tocas y en traje de mecánica como las criadas de cualquier casa.

Sabía, sin embargo, que el corazón de su hija era capaz de amor, aunque éste se revelaba casi siempre de una manera apasionada y violenta; y en el curso de sus pocos años apenas si se había manifestado dos veces con tanta suavidad y ternura como ahora.

Palabra del Dia

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