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Actualizado: 6 de mayo de 2025


La escalera tenía dos tramos solos: el primero y más corto, de asperón desgastado por el uso; el segundo, que descargaba en el piso, de tablones de encina, negros y revirados ya de puro viejos. La sala de recibir era ancha y larga, pero baja de techo, y éste embadurnado de amarillo.

Y sin embargo, vivía en el entrepuente, mezclado con el rebaño inmigrante, sin otras consideraciones que las que le concedían sus compañeros de viaje, cautivados por la dulzura de su carácter y la superioridad de educación. Sus trajes, viejos y raídos, eran de buen corte; se notaban en su persona los vestigios de una situación más próspera.

Esa ciudad que miro cercada de viejos muros y torreones ¿será tal vez solo el sepulcro en que dormirá Granada? ¿será quizás solo una sombra de la espléndida corte de los árabes?

Muchas veces, al pasar por el pardo caserón de la calle de Pizarro, donde habitaba los inviernos, hemos evocado su silueta entre la grave penumbra de los viejos salones y le hemos imaginado trazando sobre amplias cuartillas renglones cortos de musa ingenua y familiar, para convocar a sus íntimas reuniones familiares, que eran como una evocación de los tiempos pretéritos.

Nadie lo ponía en duda, D.ª Rafaela poseía en la calle de Hortaleza un comercio de antigüedades que en otro tiempo había sido prendería y aún lo era cuando le venía bien. Unas veces predominaban los objetos antiguos, otras los viejos. Como complemento indispensable de tal negocio, D.ª Rafaela prestaba con usura. Hallaríase entre los cincuenta y sesenta años.

bajo la luna que nostalgias llueve, bordando en sus azules bastidores el arabesco de su nombre en nieve... Marzo, 1922. En la paz de los viejos parques ducales, junto al lago que irradia verdes reflejos, el alma pensativa de los rosales flota en un azulado temblor de espejos.

La anciana hizo señas a Adriana de acercarse y sus dedos largos y viejos le acariciaron los cabellos. Había una extrema suavidad en su modo y en toda su persona; la tranquilidad profunda del rostro traía el vago resplandor de una belleza apagada por el tiempo.

El viejo aficionado, como todos los viejos aficionados, creía que los toros se dividen en mansos y bravos, y que la especie de estos últimos está extinguiéndose.

Todo marchaba con la regularidad dulce y mecánica que tanto placer causa a los viejos. Verdad que entre cuatro bien podían hacerlo sin molestarse mucho, sobre todo teniendo presente que las niñas no siempre estaban inspiradas.

Palabra del Dia

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