United States or Philippines ? Vote for the TOP Country of the Week !


Hago voto de no descubrir este ojo hasta haber visto la tierra de España y realizado en ella un hecho de armas que redunde en honra de mi patria y de mi nombre. Así lo juro sobre mi espada y sobre el guante de mi dama. Al veros y oiros me siento rejuvenecer veinte años, Morel, le dijo su amigo cuando hubieron montado y puéstose en camino hacia la Puerta del Mar.

Viome harto bien, y yo mostré, desde lejos, el billete de vuestra merced; pero mandome decir que se estaba aderezando para salir al estrado, y que no podía en ese momento ocuparse de esquelas. ¿Eso dijo? Eso, señor. ¿Y no mandaste, al menos, el billete con alguna criada? ¿Y si vuestra merced se enfadaba, luego, conmigo? Poniéndose en pie, el mancebo repuso: Enfádome agora de veros tan necia.

Y tenéis razón, don Francisco; no merecéis mi perdón, sino mi agradecimiento. ¡Qué lástima! dijo Quevedo. ¿Y de qué? ¿Pues no queréis que me lastime, si os veo loca? ¡Loca! ¿creéis en los hechizos? ¿es verdad que se puede hacer mal de ojo? Desembozáos, hija, á fin de que yo pueda veros.

¿Saldréis por la calle que costea el parque y atraviesa la aldea? , por ese camino pasaremos. ¿Por qué tan temprano? Yo habría ido a veros pasar y deciros adiós desde el terrado. Bettina conservaba en su mano la mano de Juan, que estaba ardiente, hasta que éste se desprendió dolorosamente, haciendo un esfuerzo, y dijo: Tengo que ir a saludar a vuestra hermana.

Pero, según entiendo, habéis salido bien de vuestros negocios y la vida de nuestro amigo no corre peligro. Debéis, pues, venir, dedicar algún tiempo á la que os ama tanto, señor, que no es dichosa sin veros. Vuestra DoroteaPlegó y cerró esta carta la joven y la dió á Montiño.

Sea como Dios quiera dijo Juan Montiño. La conversación había entrado en un terreno sumamente escabroso para el cocinero mayor. Sobrino le dijo , me es forzoso dejaros; ya es tiempo de servir la tercera vianda. ¿Dónde tenéis vuestra posada, á fin de que yo pueda veros? En ninguna parte, señor. ¡Cómo! ¿pues dónde habéis dejado vuestro caballo? En las caballerizas de su majestad. ¡Diablo!

El carruaje hace alto, y al bajar nos vimos enfrente del suntuoso alcázar. ¡Luis XIV, Richelieu, Colbert, salud! No hablo á vosotras, piedras amontonadas, testigos mudos, á quienes no quiero interrogar, porque antes de veros os habia interrogado en mi corazon.

No me atrevo á jurarlo, porque me tenéis tan presa el alma y os teme tanto, que no sabe por dónde escaparse. Siempre que no me habléis de amor... ya sabéis donde vivo. Me aprovecharé de vuestra buena oferta, y me contentaré con adoraros en éxtasis. Es que yo no quiero veros idólatra. Pero dejando esta conversación, que os lo aseguro, me disgusta, ¿á dónde íbais por aquí?

¿Y queréis que yo embista con una mujer que os ha rechazado? replicó Montiño. Habéis sorprendido á esta mujer. ¡Yo! Se ha puesto pálida al veros. Perdonad, á también me sorprendió... Mejor: ella ha reparado en vuestra sorpresa y espera. Perdonad, pero la sorpresa pasó. Créolo: pero os repito que los amores de esta mujer interesan... ¿A quién? A la reina. ¡Ah!

En efecto; me he visto obligada á escribiros, y no me he atrevido á confiarlo todo al papel; si no hubiérais vivido en un convento, yo misma hubiera ido á veros. ¿Tan importante es el asunto? ¡Oh! ; importantísimo. Ya he visto por el contenido de vuestra carta... Que su majestad está amenazada. ¡Ah! ¡ah! ¡esto es muy grave! La traición nos rodea por todas partes. Habéis acusado á dos personas.