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Actualizado: 16 de junio de 2025
En fin, ya vería lo que era bueno, y qué vida tan rica iban a darse cuando vivieran casados y fuera del círculo de estúpidas pretensiones de su familia. Por de pronto, no era mala la vida que hacía Juanito.
¡Y así lo haré! afirmaba la mujer . ¡Oh, Madrid! ¡cómo lo odio! ¡qué horror quedarme aquí para siempre!... Y bien mirado, lo que temo es vivir en él... sin ti... ¡Pobrecito Madrid! ¡Yo que lo quiero tanto! ¡yo que te he conocido viviendo en él!... Pero no, no podría estar aquí una semana más. Te vería por todos lados; cada calle nos guarda un recuerdo. No; decididamente... lo detesto.
Porque bien claro lo había dicho Fortunata. ¡Gracias a Dios que encontraba en su camino una persona decente! Sentíase Maximiliano poseedor de una fuerza redentora, hermana de las fuerzas creadoras de la Naturaleza. ¡Ya vería el mundo la irradiación de bondad y de verdad que él iba a arrojar sobre aquella infeliz víctima del hombre!
¡La has visto? exclamó la marquesa sin poder disimular la impresión desagradable que éste súbito recuerdo de su hija la produjo en la conciencia. La he visto, sí. ¡Qué hermosa, qué angelical está!... Me preguntó si sabía por dónde andabas; si estarías ya en Madrid; si te vería pronto yo... Y tú ¿qué la respondiste?
He tenido que engañarla; ahora mismo la estoy engañando. ¡Engañando! Sí, por cierto; la tengo escondida en mi chiribitil, en el agujero de lechuzas, que me sirve de habitación hace treinta años. ¿Y por qué la engañáis? Si no fuera por sus celos, ella no hubiera venido; la he asegurado de que vería entrar á su amante en el aposento de doña Clara Soldevilla. ¡Su amante! ¿y quién es su amante?
Y ella no los dejaba ni por el mismo general Serrano que la pretendiese. Muchos le decían cosas; pero si se tratase de boda, ¡quién los vería echando a sus niños al Hospicio! ¡Ángeles de Dios! Y pensar que ella se metiese en malos tratos, era excusado: así es que nada, nada; la Virgen es mejor compañera que los hombrones.
Sin duda replicó la señora de Aubry á todos nos gusta ser respetados, y uno sólo es respetado en proporción del dinero que tiene. Por mi parte, me consuelo de que hoy no se me respete, pensando que si fuera aún lo que he sido, vería á mis pies á todos los que me desprecian. ¡Excepto á mí, voto á sanes! exclamó el doctor Desmarest levantándose de pronto.
Pero enseguida protesto yo y le desafío a que me siga con la escopeta al hombro, o con el bastón en la mano por sierras y montes arriba, a la tostera del sol de junio o con las nieves de enero; y entonces se descubren las máculas que hay debajo del revoque, y falla la máxima esa; porque es bien seguro que cuando yo comience a jadear, está usted agonizando. Eso se vería, ¡canástoles!
Que aquella inmensidad de tierra se repartiese entre los que la trabajaban, que los pobres supieran que del surco podían sacar algo más que un puñado de céntimos y los tres gazpachos, ¡y ya se vería si los del país eran holgazanes!
¿Y tú estarías a gusto presa entre cuatro paredes? Bien presa vivo yo desde que acuerdo.... Siquiera los conventos tienen huerta, y vería uno árboles y verduras que le alegrasen el corazón. Altos impulsos de la heroína
Palabra del Dia
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