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Ya no tenía una mujer á su lado como prolongación inevitable; vivía entre hombres... Y apreció la castidad como un placer que se le ofrecía con todos los encantos de lo nuevo. La segunda noche, en la estrecha y maloliente cámara del patrón, se sintió desvelado por los recuerdos, que volvían á retoñar. ¡Oh, Freya!... ¡Cuándo la vería otra vez!...

El aya seguía repitiendo de rato en rato: Pero, ¿qué es esto? ¡Cuánta gentuza! ¿A qué hemos venido? Paz, sin oírla, permanecía inmóvil con la mirada fija en la puerta de la casa. En la esquina tres chicos jugaban a la toña; pero, como excepto ellos casi nadie había por allí, era seguro que, si Pepe salía o entraba, le vería sin dificultad.

Delante de Amaury, no cesaba el doctor de encomiar las cualidades de Antoñita, dejando traslucir en más de una ocasión el agrado con que vería que Amaury renunciase a los planes que él mismo había trazado respecto a su pupilo y a Magdalena, para dedicarse a aquella sobrina que había prohijado, y en la cual parecía haber concentrado ya todo el afecto.

Ella, entonces, daría pruebas de ser tan ángel como otra cualquiera, y tendría alma, paciencia, valor y estómago para todo. «Y entonces vería esa si aquí hay perfecciones o no hay perfecciones, y que cada una es cada una... Lo malo sería que no lo viese, porque acá no ha de venir...». Maximiliano la distrajo de esta meditación, dando quejidos profundos.

Pasáronsenos tres meses en esto, y al cabo trató don Alonso de enviar a su hijo a Alcalá a estudiar lo que le faltaba de la gramática. Díjome a si quería ir, y yo, que no deseaba otra cosa sino salir de tierra donde se oyese el nombre de aquel malvado perseguidor de estómagos, ofrecí de servir a su hijo como vería.

Tiene callejuelas tortuosas que reptan monte arriba; tiene vías anchas sombreadas por plátanos; tiene viejas casas de piedra con escudos y balcones voladizos; tiene una iglesia con filigranas del Renacimiento, con una soberbia reja dorada, con una torre puntiaguda; tiene una plaza donde hay un hondo estanque de aguas diáfanas que las mujeres bajan por una ancha gradería a coger en sus cántaros; tiene un castillo que aún conserva la torre del homenaje, y en cuyos salones don Diego Pacheco, gran protector de los moriscos, vería ondular el cuerpo serpentino de las troteras.

El pastor de las vacas trató de llevar a la señora para que los viese, pero ésta manifestó que no tenía tiempo: por la tarde o al día siguiente los vería. ¿A que no sabéis por qué viene la señora en este tiempo? preguntó con increíble finura y sonriendo con una boca que le llegaba de oreja a oreja el zagalón Felipe. Nadie respondió. El tío Leandro dirigió hacia él los ojos con inquietud.

La baja vino a estrellarse en el muro, a alguna distancia de mi cabeza. ¡Ah, señora! exclamó Ruperto riéndose. ¡Si sus ojos no fueran más mortíferos que su revólver, no me vería yo en este lance, ni Miguel, a estas horas, en el infierno! Antonieta, sin dedicar la menor atención a aquellas palabras, hizo un poderoso esfuerzo y logró permanecer inmóvil, rígida.

Con este motivo determinó abandonar la Córte, y retirarse á la Mota de Medina del Campo, por estar íntimamente persuadida de que en este lugar se veria libre de los observadores cortesanos, y poder desde alli escribir á la reina Isabel, su madre, noticiándola de su última resolucion, que era la de partir á la mayor brevedad á Flandes, para de esta suerte volver á ser dueña del corazon de su esposo, y destruir cuanto antes el amor que hubiera depositado en la rubia española.

Que lo ensaye un padre humano e imaginad la angustia con que vería a su inocente, inexperta hija, del brazo de un cumplido y fascinante seductor. ¿No sería su primer paso, poner término a semejante corruptor comercio? ¿No perdonaría ampliamente la opinión pública las violencias de su parte si apareciese que los designios del villano habían sido coronados con un éxito lamentable?