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Actualizado: 26 de junio de 2025
La Puerta del Sol y la calle de la Montera estaban cuajadas de gente. Había llovido por la noche, y el cielo, plomizo, tocaba casi en la veleta del Principal. La atmósfera, impregnada de vapor acuoso, y el suelo cubierto de lodo.
Por lo menos así lo deseo, respondió éste, conmovido ante la cariñosa acogida de sus amigos. ¡Bravo, muchacho! Juntos iremos los tres á la guerra, y que el diablo se lleve la veleta del convento de Belmonte. Pero ¿dónde te has metido, que vienes de barro hasta las rodillas?
Su agudo cimborio es el yelmo, y el gallo de la veleta le sirve de cimera y de penacho. En el interior de tan ruda fábrica hállanse todas las delicadezas del sentimiento.
De improviso, como si se levantara un fuerte viento, la veleta daba la vuelta grande y ponía la punta donde antes tenía la cola. De estos cambiazos había sentido ella muchos; pero ninguno como el de aquel momento, el momento en que metió la cuchara dentro del arroz para servir a su futuro esposo.
La proa ya no existía: había desaparecido debajo del agua, y una ola mugidora iba avanzando sobre la cubierta, aplastándolo todo bajo su rodillo de espuma. En cambio la popa subía y subía, perdiendo su horizontalidad. Fué de pronto una cuesta, una ladera de montaña, en cuya cumbre se erguía como una veleta el mástil blanco del pabellón.
Pero Maximiliano se prestó a desempeñar aquel servicio doméstico, y bajó más pronto que la vista. Media hora después estaban sentados a la mesa en amor y compaña; pero en aquel instante se vio Fortunata acometida bruscamente de unos pensamientos tan extraños, que no sabía lo que le pasaba. Ella misma comparó su alma en aquellos días a una veleta. Tan pronto marcaba para un lado como para otro.
Y agitado en su interior por estos pensamientos, avanzaba penosamente, trazando zigzags como si estuviera ebrio, cada vez más pálido y extendiendo sus brazos al pedir mentalmente que lo arrancasen del mundo. Había llegado frente a San Juan, y su mirada, cada vez más indecisa y obscura, se fijó en la célebre veleta, en el pajarraco que doraba el sol, dándole el brillo de un ave del Paraíso.
Nada mas grandioso que ese monumento de cúpula fulgurante, que brilla al rayo del sol como una inmensa joya suspendida en el éter. Al mirarla se siente uno lleno de admiracion por la grandiosa sencillez que le quiso dar el genio oriental ó morisco. Aquel arcángel aéreo de bronce dorado que corona la cúpula y gira como una veleta, tiene no sé qué de celeste que provoca á escalar la altura para hundir la mirada alternativamente en el cielo y en el mar de casas resplandecientes y de campiñas admirables que las rodean. La torre, perfectamente cuadrada en su parte morisca hasta una altura muy considerable, fué terminada mucho tiempo después de la conquista, y por desgracia con un estilo del todo diferente. Así, hasta la región de las campanas se ve la civilización del árabe, rematando su obra la arquitectura refinada del Renacimiento. La elevación total de la Giralda es de 364 piés, siendo por lo mismo la mas elevada que existe en España. El cuerpo de la torre tiene 50 piés por lado.
Con el viento y la bulla que el pavo metía apenas se sentían las chillonas voces provocativas. El Majito, cansado de parlamentar sin fruto ni resultado alguno, lanzó una piedra en medio de la turba de comerciantes. Al voltear, haciendo honda de su elástico brazo, parecía un gallito de veleta, obedeciendo más al viento que al coraje.
Ahora la veleta de su fervor apuntaba del lado de la Compañía, y no sabía ir a parte alguna sin el Padre Urizábal, un vasco, compatriota del glorioso San Ignacio, méritos que bastaban para que Dupont se hiciese lenguas de él.
Palabra del Dia
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