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Actualizado: 12 de junio de 2025
Me parecería ya pesado el tema; pero eso mismo me demostraría la importancia que él le daba... Todo esto, dicho entre quejidos y pausas anhelantes, con voz apagada y sepulcral, a la luz extenuada del velón colocado sobre la cómoda, que sólo servía para extremar la palidez cadavérica del enfermo, entre olores de éter y romero, mientras seguían fluyendo las canales y rezongando el vendaval afuera, resultaba bien triste ciertamente.
Teníanle trabajando en el escritorio o en el almacén desde las nueve de la mañana a las ocho de la noche, y había de servir para todo, lo mismo para mover un fardo que para escribir cartas. Al anochecer, solía su padre echarle los tiempos por encender el velón de cuatro mecheros antes de que las tinieblas fueran completamente dueñas del local.
En frente de la puerta de entrada había dos puertas como de balcones, y entre estas dos puertas la chimenea; á la derecha otra puerta cubierta por una cortina blanca lisa; á la izquierda dos enormes estantes cargados de libros, entre los estantes un crucifijo de tamaño natural pintado en un enorme lienzo y con marco también negro; á los pies del Cristo un sillón de baqueta, sentado en el sillón un religioso, apoyados los brazos en una mesa de nogal cargada de papeles, entre los cuales se veía un enorme tintero de piedra, y alumbrada por un velón de cobre de cuatro mecheros, dos de los cuales estaban encendidos.
Por obra de la casualidad se producen a menudo contrastes muy curiosos que parecen chanzas muy pesadas del destino. Sobre la cómoda y debajo del mechero encendido del velón, había un rimero de cartas y periódicos que había puesto yo allí la noche antes para ir entreteniendo con su lectura mis largas horas de vela después que, pasado el ataque de asma, pudo conciliar el sueño mi tío.
La cuadra se llenaba de sombra; pero la hija del escudero no tardó en presentarse, protegiendo con su mano las llamas de un dorado velón, y alumbrada ella misma como imagen entre cirios. En pocos años, la letárgica mansión habíase convertido en la más visitada y rumorosa de Avila del Rey.
En una de ellas, de dos a cuatro de la tarde, a la luz de un velón de tres mechas, y con los pies apoyados en la tachonada tarima de un brasero, comenzó Ramiro a escuchar las lecciones del nuevo preceptor que su madre acababa de escogerle por indicación del mismo padre franciscano. Llamábase Lorenzo Vargas Orozco y era canónigo lectoral de la Iglesia Mayor.
En esta reunión estaban todos los afectos y alegrías de don Eugenio. Al encender por las noches el velón y ver entrar las sotanas y las gorras de sus colegas, experimentaba la misma impresión que si se encontrara rodeado de una cariñosa familia. De los de allá, de aquellos que le habían abandonado sin lágrimas ni desconsuelo, nunca se acordaba.
Escuchad ahora lo que contiene esta carta, que por cierto no es muy larga, pero que, á pesar de su brevedad, es grave, gravísima: sí; ciertamente, muy grave. Fijó el rey su mirada en la duquesa, que persistió en su silencio. Acercad la luz, doña Juana dijo el rey. Levantóse la duquesa, tomó el velón y continuó de pie junto á Felipe III, alumbrándole.
No le conviene á usted tomar ahora caldo ni cosa ninguna. A casa. Y poniéndole la mano en la frente, continuó: Tiene usted mucha fiebre: á casa pronto. La comitiva salió. El clérigo cogió el velón en sus robustas manos, y alumbró la escalera.
Al sentarse frente a él, Andrés observó que la luz del velón hería de lleno cierto cuadro que colgaba de la pared, representando un militar a caballo. ¿Qué general es ése, tío? preguntó, dando por supuesto que era un general. D. Ramón Cabrera dijo el cura ahuecando la voz. ¿No le conoces por su mirada de águila?
Palabra del Dia
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