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Actualizado: 12 de junio de 2025
Al poco tiempo de fundar su establecimiento, cuando aún la primera guerra carlista tenía en suspenso la suerte de la nación, don Eugenio se formó insensiblemente una tertulia junto a su mostrador, sobre el cual, como una antorcha simbólica de la rutina comercial, lucía un enorme velón de cuatro mecheros, fabricado con más de arroba y media de bronce.
El techo, obscuro, de pino, tallado profundamente, según el gusto del Renacimiento, estaba, á causa de su altura, casi perdido en la sombra, que no alcanzaba á disipar la insuficiente luz del velón; acontecía lo mismo respecto á las paredes que, veladas por una penumbra opaca, hacían aparecer de una manera extraña y descompuesta las figuras de los cuadros; y el fuego brillante de un brasero colocado á cierta distancia, en la sombra, contribuía á dar cierto aspecto fantástico y siniestro á aquella silenciosa cámara, en la cual no se veía de una manera determinada más que el plano de la mesa en que estaba el velón, parte de la pared, en que proyectaba una sombra fuerte la pantalla, y medio cuerpo de la duquesa, con su toca blanca y su vestido negro, leyendo en silencio y con una atención gravísima.
¡Ah, señor! dijo la duquesa, que había dejado el velón, volviendo y juntando las manos ; ¡cuando pienso que un traidor puede llegar hasta aquí impunemente!
Tomó de una silla un paquete que había traído recatadamente envuelto en un pañuelo, y desdoblándolo, mostró la tela a la luz del velón. Ambas mujeres admiraron aquella hermosura; la calificaron de divina. Los ojos y el alma se les iban en pos de la tela. En suma, no pudieron resistir y aceptaron el obsequio. Juana quiso mostrarse más difícil y Juanita tuvo que ceder y que aceptar antes que ella.
Dentro de la sala crujía el lino al ser desgarrado por los dedos de las hilanderas y sonaban las agujas de la calceta al chocar ligeramente unas con otras. La luz del velón iba muriendo poco á poco por falta de aceite: los tertulios quedaban envueltos en una media sombra hasta que doña Rosa alzaba la cabeza con impaciencia, y decía: «¡Jesús, que no veo!
Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas, y omitió la letanía, los actos de fe y algún padrenuestro. Desnudóse honestamente, colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes de echarse.
Su expresión era extraña. El demasiado dolor la hacía sonreír. Caminó hacia la mesa. Removió la mecha del velón, la limpió, la retorció debidamente. Luego, sin pronunciar un vocablo, salió de la estancia. El rey don Felipe Segundo era llamado, con razón, el Prudente.
En el escritorio y en el almacén aparecieron los primeros mecheros de gas hacia el año 49, y el famoso velón de cuatro luces recibió tan tremenda bofetada de la dura mano del progreso, que no se le volvió a ver más por ninguna parte.
Como a toda hidalgüela, vedáronla desde temprano la lectura de los libros de caballerías, que tanto abundaban en la casa, pintándoselos como obras de pura vanidad y de sutil incitación al pecado. Por eso, tal vez, comenzó a sacarlos, uno a uno, furtivamente, de la biblioteca paterna y a saborearlos de noche, en la cama, a la luz de un velón, cuando todos dormían.
Quitando primero la despabiladera que señalaba la página, tomó de encima de la mesa un cuaderno manuscrito. Luego sentose junto al velón, calose las gafas y comenzó la lectura de su apología peripatética. Ramiro no pudo disimular su aturdimiento. Su semblante denotaba a las claras el vértigo. No os importe le dijo el canónigo al terminar si de esta primera vez no cogisteis el sentido.
Palabra del Dia
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