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Actualizado: 27 de julio de 2025


Sin embargo, veíanse algunos con dominó, que les servía para acercarse y hablar a sus novias, sin peligro de ser interrumpidos por las mamás. Un grupo de jóvenes afiliados al Camarote, que venían de este modo, habían tenido la feliz ocurrencia de disfrazar a don Jaime Marín de maragato.

Veíanse sayas rojas o verdes como los pimientos, color de almagre como las calabazas, moradas como las berenjenas, capas y coletos pardos como la piel de los tubérculos, negras ropas de ancianos que iban tomando la torcida color de las alubias, vistosos dengues y pañolones donde parecía haberse reventado toda la hortaliza.

En el crucero, arrodilladas entre el coro y el altar mayor, veíanse varias monjas de almidonadas y picudas tocas cuidando de algunos grupos de niñas vestidas de negro, con lazos rojos o azules, según el colegio a que pertenecían. Unos cuantos militares de la Academia, gruesos y calvos, oían la misa de pie, apoyando el ros sobre el pecho de su guerrera.

Los libros no eran de leer, sino de cuentas, todo muy limpio y ordenadito. La pared del centro ostentaba el retrato de Doña Pura, cubierto con una gasa negra, en marco que parecía de oro puro. Otros retratos de fotografía, que debían de ser de las hijas, yernos y nietecillos de D. Carlos, veíanse en diversas partes de la estancia.

No vacilan en arremeter con la ballena y con el pez-perro, y a veces se atreven con los barcos. Veíanse también muchas morenas, peces que en aquellas latitudes son de gran tamaño; medusas, extraños moluscos semejantes a bolsas vueltas hacia abajo y provistas de tentáculos. Algunas de esas medusas son enormes. Cornelio vió una que debía de pesar como cincuenta libras.

En el piso bajo veíanse unas rejas, por entre cuyos hierro salían matas de tiestos, colocados dentro en una tabla. La casa hacía esquina, y el cuarto bajo a que correspondían las rejas tenía por la otra calle una tienda con dos vitrinas. Pero esto no se veía desde el balcón de Miquis, aunque se adivinaba, mirando un rótulo que en áureas letras decía: Castaño, ortopedista.

Veíanse por todas partes, sobre las mesas, en las dos chimeneas, por los armarios y colgados de las paredes, retratos de reyes, príncipes y personajes ilustres, de fotografía unos, magníficamente grabados en acero otros, con pomposas dedicatorias al integérrimo diplomático, que pregonaban sus grandes relaciones y sus altas influencias.

Veíanse allí gabanes aprovechados de un hermano mayor, y tan desmesuradamente largos, que el talle besaba las corvas y los faldones barrían el piso, si ya un tijeretazo oportuno no los había suprimido; en cambio, no faltaba pantalón tan corto, que, no logrando encubrir la rodilla, arregazaba impúdicamente descubriendo medio muslo.

Lo que ellos admiraban ahora era la faja amarilla de la costa, que iba desarrollando ante el buque sus entrantes y salientes. Veíanse faros, de cuyos vidrios arrancaba el sol una flecha roja; pinceladas blancas que eran pueblos, y masas obscuras, largas, uniformes, que eran arboledas. Comenzaba a dudar el valentón, sumido en el silencio.

Salían hombres despavoridos en mitad del arroyo atravesados por las bayonetas; dentro de las casas veíanse mujeres desgreñadas debatiéndose entre los brazos de los asaltantes, arañándoles con una mano el rostro, mientras con la otra pugnaban por sostener sus ropas. Luna vio cómo en el Instituto los más montaraces rompían a culatazos los aparatos del gabinete de Física.

Palabra del Dia

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