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Actualizado: 27 de julio de 2025


Veíanse en esta muchedumbre muchos de los que vivían en las inmediaciones de las antiguas tierras de Barret. Este juicio tardío iba á ser interesante. El odiado novato había sido denunciado por Pimentó, que era el «atandador» de la partida ó distrito.

Cuando el buque estuvo frente a las islas y los pasajeros contemplaron las montañas, tras las cuales se ocultaba el sol ensangrentando el horizonte, los dos se hablaban ya con rápida confianza y sus manos sentían un estremecimiento simpático al encontrarse entre las hojas de las partituras. Veíanse solos en el salón, olvidados de la gente, que había afluido a los costados del buque.

Los dueños de restaurants nocturnos veíanse obligados a dividir sus establecimientos en una especie de compartimientos estancos a fin de contener el ímpetu de los comensales. Cada uno de aquellos compartimientos era algo así como una pequeña fortaleza en donde el trasnochador se encontraba relativamente a salvo de agresiones.

Por cierto que es muy raro hallar bellezas indiscutibles; la de mi prima se imponía y no podía ser discutida. No gustaba siempre, porque su fisonomía era altiva y a veces algo dura, pero aun los que menos la admiraban, veíanse obligados a decir con mi tío: Es terriblemente linda.

Veíanse en esta pieza algunas acuarelas muy lindas compradas por Juanito, y dos o tres óleos ligeros, todo selecto y de regulares firmas, porque Santa Cruz tenía buen gusto dentro del gusto vigente. Los muebles eran de raso o de felpa y seda combinadas con arreglo a la moda, siendo de notar que lo que allí se veía no chocaba por original ni tampoco por rutinario.

Veíanse trajes caprichosos y románticos, que no admitían clasificación; uno de noche estrellada, otro de tulipán, otro de paloma viajera con una cartita al cuello. Los hombres en general no llevaban disfraz: vestían la larga y desairada levita, que sólo salía a relucir en ocasiones como ésta.

Al fin de una de las galerías estaba ya una puerta abierta y guardándola, silenciosas, inmóviles, veíanse dos figuras blancas de monja, con sendas hachas de cera en las manos. Tornó a hincarse de rodillas la desposada, y levantándose al instante, estrechó vivamente entre los brazos a su hermana. ¡Era el último abrazo que le daba!

Las medicinas que se aplicaban á los males mas parecian estragos i destrucciones, que remedios. Veíanse los judíos tenidos en las leyes por libres; pero tratados por los hombres con la misma dureza que si fueran esclavos; i no solo como esclavos, sino peor que los mas dañinos i feroces animales.

Bien sabía él quién había metido a Carolina en este fregado del misticismo, y no era obra que su prima Serafinita de Lantigua, que gozaba opinión de santa. Hablando en plata, la tal prima era una calamidad. En la iglesia veíanse diariamente a las seis de la mañana Carolina y Serafinita, y allí se despachaban a su gusto.

El médico pasó de largo ante los hornos de puldeo, y al salir al aire libre se detuvo jadeante, con la curiosidad harto satisfecha. A lo lejos veíanse ondular como lombrices rojas, bajo extensos cobertizos, interminables cintas de acero. Allí estaba la fabricación del alambre. El ingeniero hablaba de lo curiosa que era esta manipulación, pero Aresti no quiso seguirle.

Palabra del Dia

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