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Actualizado: 26 de junio de 2025
No cerró; lo detuvo, como ya le había sucedido desde la desaparición de su tesoro, la varilla invisible de la catalepsia. Permaneció como una estatua tallada, con los ojos dilatados por la visión, manteniendo la puerta abierta, incapaz para resistir, sea al bien, sea al mal, que pudiera entrar en su casa.
Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares; uno que parecía estudiante echó la bendición, y un paje puso un babador randado a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala, llegó un plato de fruta delante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varilla tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar.
Diose en ella un poco de colorete; pero sólo logró hacer resaltar más aun finura increíble de aquella línea recta y sin espesor que dividía su rostro en dos mitades. La fantástica nariz del desesperado notario hacía recordar la varilla de hierro que proyecta su cortante sombra sobre la esfera de los relojes de sol.
Salvatierra sentía halagado su sentimentalismo humanitario por este generoso ensueño de la inocencia. ¡Cambiar el mundo sin sangre, con un golpe teatral, valiéndose de la varilla mágica de la instrucción, sin esas violencias que repugnaban a su alma tierna, y que finalizan siempre con la derrota de los infelices y las crueles represalias del poderoso!...
Y se llevó heroicamente otra vez a la boca la varilla de bronce. Era inminente salvarla. El orgullo, sólo él, la precipitaba de nuevo a aquel infernal humo con gusto a sal de Chantaud, el mismo orgullo que me había hecho alabarle la nausebunda fogata. ¡Psht! dije bruscamente, prestando oído; me parece el gargantilla del otro día... debe de tener nido aquí...
En llegando, se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo: tenía una varilla en la mano, con que señalaba las figuras que salían.
¿La calle del Humilladero? dijo el trapero, incorporándose y haciendo con el gancho ciertos movimientos semejantes á los que hace con su varilla un director de orquesta. Esa calle está ... Voy á darle á usted una receta para que la encuentre en seguida. Pues eche usted á andar ... y vaya mirando con atención los letreros de todas las calles. ¿Sabe usted leer? Sí, señor dijo Clara.
Como usted quiera, no insisto en ello... En cuanto a su invitación, hago tanto caso de ella como esto... Y golpeó con su varilla sus botas que chorreaban agua . Sepa usted que esperaré no sólo ese guardacostas, sino otro que debe llegar del Este. ¡Les esperarás! ¡virgen santa! ¡les esperarás! ¡Oh San Francisco, rogad por mí!
Otro bonito colorín, diestro cimbel, asido á la varilla saliente que estaba fija á una tabla de pino, volaba á cada momento hasta donde lo consentía el hilo largo que le aprisionaba, y volvía con mucho donaire á posarse en la varilla. Los jilgueros cantaban de vez en cuando y animaban la habitación. Arrimadas á un ángulo había dos escopetas de caza.
El hombre de La Edad de Oro es así, lo mismo que los padres: un padrazo es el hombre de La Edad de Oro: como una estatua que hay del río Nilo, donde hace de río un viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan vueltas de cabeza los muchachos traviesos, lo que no quiere decir, por supuesto, que el río Nilo sea un viejo de verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de él, sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella gente de las tierras de Egipto, porque les humedece los sembrados cada vez que baja de los montes con mucha agua, y así las siembras les dan mucho fruto: por eso quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo pintan tan viejo, porque desde hace miles de años ya hablaban del Nilo los libros de entonces, que estaban escritos en unas tiras largas que hacían de una yerba, y luego las enrollaban alrededor de una varilla, y las metían en su nicho, como los que tienen ahora los escritorios para guardar los papeles.
Palabra del Dia
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