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Las mujeres llenaban todo el centro de la nave: había tantas que estaban apiñadas, molestas, dejando oír continuamente el chocar de las sillas, el crujido de las sedas y el aleteo de los abanicos. No iban vestidas de trapillo, como salen a las primeras misas, sino lujosamente ataviadas, cual si para ir a la casa de Dios les hubiesen servido la vanidad y la tentación de doncellas consejeras.

9 Más vale gozar del bien presente que el deseo errante. 10 El que es, ya su nombre ha sido nombrado; y se sabe que es hombre, y que no podrá contender con el que es más fuerte que él. 11 Ciertamente las muchas palabras multiplican la vanidad. ¿Qué más tiene el hombre? Porque ¿quién enseñará al hombre qué será después de él debajo del sol?

Llevaba ventaja a los vetustos caserones solariegos, como el del marqués de Peñalta, en que al fabricarla no se había atendido tanto a la vanidad de sus dueños cuanto a la apropiada distribución de las habitaciones para los usos de la vida. No era triste y obscura como suelen serlo aquéllos. Por el contrario, todo su interior denotaba alegría, bienestar y elegancia.

Las ojeadas interesantes que las mujeres lanzaban al buen mozo le producían cierto cosquilleo de vanidad é inquietud. Todos los militares que encontraba, por más galones y cruces que ostentasen, le parecían «emboscados» indignos de compararse con Julio.

Tal consideración me avergüenza y humilla, en vez de llenarme de vanidad; y, aunque no sea de silfos, sino de hombres como yo, el público que ha de leerme, todavía le presento con grandísima desconfianza este escrito, que no he tenido reposo, ni humor, ni tiempo para hacer más breve.

El Conde, en su arte, no era menos que Zadig, y daba por seguro que él sabría decir quiénes eran las dos desconocidas por el mero hecho de haberlas visto un instante; pero no quería reflexionar, no quería interrogarse sobre este punto. Otra vanidad mayor que la vanidad de ser tan experto se lo impedía.

A esta pregunta, y sobre todo al tono con que fué pronunciada, todos cayeron en la cuenta que una palabra no es más que una palabra, y se volvieron irritados y con vista airada al mismo Aben-Jomiz, que del cénit de su vanidad vino de cabeza al valle de lágrimas de la humildad. ¿Qué es la catalexis? pregunta el Sultán; le dijeron.

Solamente me dirigió una frase, y ésta me escoció: Ten cuidado me dijo , porque aquí, en Cádiz, te van a tomar el pelo. Después de almorzar, don Matías y don Ciriaco se retiraron para hablar de negocios, y doña Hortensia y Dolorcitas quisieron enseñarme la casa. Esto halagaba su vanidad. La casa era enorme.

Cuantos hasta entonces la cortejaron, no supieron disimular bien el impulso que les animaba; unos sólo vieron en ella lo que inmoral y descaradamente se llama un buen partido; otros la esperanza de satisfacer con sus amores una vanidad pueril. Las pretensiones de aquéllos fueron siempre rechazadas con repugnancia; las de éstos miradas con desprecio.

Muñoz no podría quererme, porque mi modo de sentir y de ver las cosas es muy distinto al suyo. Y él es dominante: un día se le puso que yo debía pensar como él, imagínate. Yo lo haría, sabes que no tengo vanidad. ¿Pero quieres decirme cómo se hace para pensar en contra de lo que se cree la verdad?