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En algunos momentos de reflexión serena examinaba con disgusto la semejanza de aquellas dos emociones. Tan profunda y sinceramente enternecida se sentía al contemplar la belleza artística que ella creaba, como contemplando la hermosura de la idea de Dios. ¿Sería que uno y otro sentimiento eran religiosos? ¿O era que en la vanidad, en el egoísmo estaba la causa de aquel enternecimiento?

9 Todo esto he visto, y he puesto mi corazón en todo lo que se hace debajo del sol; el tiempo en que el hombre se enseñorea del hombre para mal suyo. Esto también es vanidad. 15 Por tanto alabé yo la alegría; que no tenga el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba, y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le dio debajo del sol.

Si el Cantó soltaba un domingo un interminable relato sobre la falsedad de las mujeres y lo caras que cuestan al hombre por su afición a los trapos, Margalida le respondía al otro domingo con un romance doblemente largo criticando la vanidad y el egoísmo de los hombres, y la turba de atlotas coreaba sus versos con cloqueos de entusiasmo, reconociendo la gloria de una vengadora en la muchacha de Can Mallorquí.

En esa region de la clase media francesa reinan en las relaciones sociales la cordialidad, la franqueza y la benevolencia, dirigidas por el buen gusto y ese fondo de buen sentido, de razonamiento sólido y claro, que son los distintivos del mundo que no se ha viciado con las intrigas de la especulacion, la vanidad y los delirios de la ostentacion ó la moda, y las indignidades de la vida cortesana.

Los proyectos del pretendiente se ven frustrados al cabo, porque su vanidad le induce á caer en un lazo, que le ha preparado un servidor de su rival.

Pero lo que más satisfacía su vanidad femenil eran las botas, las famosas botas color limón con las que había soñado tantas veces, y que apreciaba como el mejor de los regalos de Isidro. El calzado era una de sus preocupaciones.

Calló otra vez, seria y meditabunda; porque en medio de aquel rudo oleaje de afectos con que la gracia de Dios combatía su alma para sacarla a flote, santos unos como el amor de madre, saludables otros como el remordimiento, apareció muy honda y comenzó a subir, a subir, hasta flotar en la superficie y sobrenadar en lo alto y llenarlo todo y dominarlo todo, la idea fija, su ángel malo, el pensamiento constante que llevaba clavado en la frente, como un dolor neurálgico, de satisfacer su vanidad y vengar su despecho, recobrando de nuevo su antigua posición y su brillante corte de mujer elegante.

No se pide ni espera un beneficio por medio de un bien positivo que hacemos, por el cumplimiento de un deber del que resulta un bien que es como un derecho; se recurre a procedimientos de favor, a ganar la benevolencia de un santo haciéndole creer que se le quiere, se le adora, se le admira, tratando de exaltar su vanidad y por su mediación ganar la voluntad de Dios, no como un beneficio otorgado directamente al que pide, sino por consideración a los méritos del mediador.

Su única preocupación al salir de estos suplicios era que Isidro no se enterase de la verdad. ¡Cómo se burlaría de él al conocer la conducta de Maud!... Y a impulsos de su orgullo varonil, de esa vanidad jactanciosa del macho, que transige con la mentira para conservar su prestigio, aceptaba las felicitaciones y la envidia de Maltrana, que se lo imaginaba triunfador.

Pero más desdichados y dignos de lástima por su desvergüenza son los críticos que, por vanidad nacional ó por estúpida y supersticiosa adoración á los preceptos de Boileau, no han temido calificar de reformas más perfectas de los originales á estos engendros, dignos del más absoluto desprecio.