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Actualizado: 3 de septiembre de 2025
Mucho antes de que se formalizasen sus relaciones, ya se hablaba en la villa del matrimonio del joven marqués de Peñalta con la señorita de Elorza. Era un matrimonio indicado y pedido por la opinión pública.
Durante los seis inolvidables años que mediaron entre 1814 y 1820, la villa de Madrid presenció muchos festejos oficiales con motivo de ciertos sucesos declarados faustos en la Gaceta de entonces.
Un estremecimiento de horror agitó a los notables de Sarrió. Quedáronse pálidos como si se les hubiese aparejado ya a todos aquel espantoso tormento. La quinta de las Aceñas estaba a una legua de la villa, en la soledad de un bosque de pinos; pero nadie tuvo esto en cuenta.
Los vecinos de la villa discurrieron entonces que el tal castillo podía con el tiempo dar ocasión á nuevas luchas y trastornos, si lo dejaban en pie; y no bien terminó aquella guerra civil, lo demolieron pacíficamente con sus propias manos. Vese, pues, que no siempre ha corrido como verdad axiomática lo de si vis pacem, para bellum. Y es cuanto puedo decir de Cantalapiedra.
Porque los señoritos de la villa poquísimas veces descendían á bailar con las menestralas en un paraje abierto. Lo demás se encargó de hacerlo el niño alado de la venda. Manolo Uceda pertenecía á una familia distinguida de Medina, aunque sin mucha hacienda.
Paseó al día siguiente toda la mañana por sus jardines, resuelto á no volver á Monte-Carlo. Sentía despecho al recordar la ternura con que Alicia había hablado de su protegido. Era mejor no tropezarse con él. Pero en la tarde le pesó la soledad de su hermosa «villa», que parecía abandonada. Atilio, el pianista, hasta el coronel, todos estaban en el Casino.
Su mayor placer era salir el domingo con la escopeta al hombro á cazar chimbos en los montes, pajarillos de varias clases, que habían proporcionado un mote á los hijos de la villa. El mayor de los regalos era subirse, en las tardes que no tenía trabajo, á algún chacolín del camino de Begoña á saborear el bacalao á la vizcaína, rociándolo con el vinillo agrio del país.
¿Qué se te ocurre? respondió otra joven, saliendo de uno de los cuartos del patio. El señor Sanjurjo, un amigo de Villa... ¡Ah! Tengo mucho gusto... Me pareció más amable y más bonita que las otras dos. Era también rubia y de ojos azules, un poco más rellena de carnes, y de fisonomía dulce y simpática.
Pero al encargarse Gil de la parroquia tomó este asunto con calor; convocó a los vecinos más ricos de la villa y abrió una suscrición, que dio buen resultado; logró que el ayuntamiento otorgase una crecida subvención; fue a Lancia e interesó al prelado y a varios próceres, que le prometieron su concurso. En fin, después de muchas vueltas y sudores, la nueva iglesia era un hecho.
D. Peregrín Casanova, persona que hacía viso en la villa, y que hasta entonces había guardado rigurosamente la ley en todas las solemnidades, lo mismo profanas que religiosas, tenía ahora metidas en los riñones las rodillas de otro bípedo racional de seis pies de alto, lo cual le producía algunos movimientos convulsivos en el epigastrio y un vivo desasosiego acompañado de sudor copioso.
Palabra del Dia
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