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Y entonces el amor del alma, conforme, identificado con la voluntad de Dios, abarca el universo y cuanta hermosura espiritual y corporal en contiene. Y lejos de quedar el alma, al unirse con Dios, inerte y como vacía y sin conciencia, logra conciencia más clara y distinta, y arde en amor más vivo que todos los amores mundanales.

En cuanto al criminal, aunque lo sentenciaron á ser entregado al brazo secular para quitarle la vida, se probó que estaba loco, y lo encerraron en el convento de San Juan, en donde se dice que murió por los años de 1678. Para que este succeso fuese todavía más digno de llamar la atención, vino á unirse á él lo extraordinario del siguiente cuento que consigna cándidamente Góngora.

Marquesa, que no era otro que aquel festivo diplomático a quien conocimos en octubre de 1807, partió el día 4 para Córdoba a unirse con su hermana y sobrina, y, ¡cosa rara! me dijo aquel curioso servidor , se llevó consigo a la jovenzuela. ¿De suerte que ahora están todos en Córdoba? le pregunté. , y según noticias, no piensan venir hasta que no se acaben estas cosas.

Años ha que esta sed de amor supremo acude a mi alma y me excita a buscarle fuera de la vida que hoy vivo. Pero antes había un fuerte lazo que a esta vida me ligaba, y ahora está desatado. Lucía me abandonó para unirse con su esposo eterno. ¿Por qué no he de volar yo también a unirme con mi eterno esposo? Mil veces antes de ahora han surgido en mi alma pensamientos y deseos de muerte.

En efecto, eso creen todos los poetas cursis y todas las niñas opiladas... Pero usted es una persona formal y no puede pensar semejante disparate. Todo amor, por tierno y sublime que sea, tiene su raíz en el instinto natural de los sexos: no es más que ese instinto individualizado. ¿Ha visto usted alguna vez unirse un corazón de diez y ocho años con otro de ochenta para formar uno solo?

El amante descubre á su familia y á la de la novia, la intencion que abriga de unirse á Luisa, y ambas familias se opusieron abiertamente, en atencion á la poca edad de los novios, puesto que él no tenia veinte años, y ella acababa de cumplir diez y siete.

Desde que había vuelto de Málaga, su padre no le veía una sola vez que no le recomendase la prudencia. Debía callar; al fin, ellos comían el pan de los Dupont, y no era noble el unirse con los desesperados, aunque éstos se quejasen con harto motivo. Además, para el señor Fermín, todas las aspiraciones humanas se resumían en don Fernando Salvatierra, y éste se hallaba ausente.

Todos los días y a todas horas se hablaba de los oficiales que habían huído de Madrid para unirse a los ejércitos de Cuesta o de Blake, y cuando se tropezaba con un militar o con algún joven paisano de buen porte y bríos, no se le hacia otra pregunta que ésta: «¿Usted cuándo se vaLas familias de las víctimas se habían olvidado ya de rezar por los muertos, y pensaban en equipar a los vivos.

No siempre son escuchados estos prudentes consejos. A veces el corazón puede más que la cabeza, y se han visto bailarinas casadas con bailadores. Se dan casos de jóvenes, bellas como la Venus de Anadyomene, renunciar a cien mil francos en joyas por unirse ante el altar con un empleado de dos mil. Otras abandonan a la suerte el cuidado de su porvenir y labran la desesperación de sus familias.

El señor y la señora Godfrey Cass todo otro título más elevado expiró en los labios de la gente de Raveloe el día en que el viejo squire fue a unirse con sus mayores, y en que su herencia fue repartida entre sus hijos se volvieron para ver llegar a un hombre alto y anciano y a una mujer sencillamente vestida que estaban más atrás, habiendo observado Nancy que debían esperar a «papá con Priscila». Ahora todos doblan por un sendero más estrecho que atraviesa el cementerio y conduce a una pequeña puerta situada frente a la Casa Roja.