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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Embriagábase a sí mismo con su voz; sentíase arrastrado por el vértigo de sus trinos; parecía vérsele en la obscuridad hinchado, jadeante, ardiente, con la fiebre de su entusiasmo musical.
A su manera, venía a pensar esto: «El teatro verdadero, el teatro por dentro, era el del ensayo; a Reyes no le gustaba la ficción en nada, ni en el arte; decía él que los tenores y tiples no debían cantar delante de las candilejas, entre árboles de lienzo y vestidos de percal ante un público distraído y en una sala estrecha donde el aire era veneno; los tenores y tiples debían andar, como los ruiseñores o las sirenas, esparcidos por los bosques repuestos y escondidos, o por las islas misteriosas, y soltar al aire sus trinos y gorjeos en la clara noche de luna, al compás de las melancólicas olas que batían en la playa, y de las ramas de la selva que mecía la brisa...». Bueno; pero ya que esto no podía ser, Bonifacio prefería oír a los cantantes en el ensayo.
Jamás hubo despertar tan alegre como el que tuvieron al otro día los colegiales de Guichon; tenía aquello algo del despertar de los pájaros cuando en una mañana de mayo se lanzan del nido, al primer rayo de la aurora, y estalla su alegría, ruidosa, alborotada, comunicativa, derramándose por entre el follaje de los árboles como una cascada de alegres trinos, que llega hasta el fondo del alma y la conmueve, la arrastra y despierta en ella paz, gozo, consuelo y plácida gratitud hacia Dios.
¿Qué fue de las hojas del tala frondoso, en cuyas ramas flexibles mi madre colgaba la cuna de sus hijos, aquel noque de cuero que la brisa mecía cariñosa? ¿Qué fue de los trinos del boyero y del contrapunto de las calandrias y de los zorzales? ¡Sólo quedan en mi memoria como un recuerdo!
En uno de los sauces, al otro lado de la isla, el misterioso pájaro oculto lanzaba sus trinos, sus vertiginosas cascadas de notas, deteniéndose en lo más vehemente del torbellino musical, para filar un quejido dulce e interminable como un hilo de oro que se extendía en el silencio de la noche sobre el río que parecía aplaudirle con su sordo murmullo.
Estaban triponcillos y desnudos; tenían hambre, y abrían, piando en coro, unas desmesuradas bocas amarillas: hoy están enteramente cubiertos de su plumaje pardo, saltan en la jaula, y ensayan sus primeros trinos. Ayer mi cuadrante marcaba el mediodía natural a las doce y tres minutos y hoy le marca a las doce y treinta y tres. Ha pasado un mes en que no he vivido.
El bosque se estremeció de júbilo, las flores se dieron prisa a exhalar de una vez sus aromas más delicados, los pájaros agitados por tan celeste aparición se deshacían en trinos y gorjeos sin perderla de vista, los árboles inclinaban paternalmente su cabeza venerable en señal de aprobación.
Tú me pagaste ya, emperador, cuando te hice llorar con mi canto: las lágrimas que arranca a las almas de los hombres son el único premio digno del pájaro cantor. Duerme, emperador, duerme: yo cantaré para ti. Y con sus trinos y arpegios se fue durmiendo el enfermo en un rueño de salud. Cuando despertó, entraba el sol, como oro vivo, por la ventana.
Después del almuerzo, la gente tomó el café a toda prisa y los salones quedaron abandonados, sonando en el vacío el abejorreo de los ventiladores y los trinos de los canarios. Todos se amontonaban hacia la proa, en las bordas de la cubierta, ansiosos de ver las islas. Empezaron a marcarse en el horizonte las gibas obscuras y borrosas de unas montañas emergiendo del mar.
Salían á su paso faldas de blanco revoloteo, velos que ondulaban como nubes de colores, risas y trinos parlantes en un español que parecía puesto en música; todo el estrépito juguetón de una jaula de pájaros del Trópico. Los ex presidentes de República generales ó doctores que iban á descansar á Europa le contaban en el puente, con una gravedad napoleónica, los principales hechos de su historia.
Palabra del Dia
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