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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Abrazólos a todos y luego comenzaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sentencioso, tal que provocase a gestos; otros pidieron de las Animas, y por aquí discurrieron, recibiendo ocho reales de señal de cada uno. Despidiólos, y díjome: "Más me han de valer de trescientos reales los ciegos.
Muchos calculaban con ojos de codicia las cantidades que se amontonaban ante sus manos. Ya está en los trescientos mil... Tal vez tiene más... ¡Ojalá llegue á ganar millones!... ¡Qué gusto ver saltar al Casino!
Así que, al casarse su hijo mayor, el tío Pacho construyó una casa de piedra al lado de la suya para que se acomodase. Hizo otro tanto al casar á su hija. Y cuando á su tercer hijo, Nolo, le tocó en suerte el ir de soldado, el viejo aldeano montó á caballo y alegre como si fuese á una romería depositó en las oficinas de Oviedo trescientos duros en doblones de oro para redimirle del servicio.
Tan equivocado había sido nuestro cálculo, que a los trescientos ochenta y siete pasos de la segunda exploración pasamos por el lugar que con tanta minuciosidad habíamos escudriñado momentos antes, y continuando nuestro camino, siempre adelante, nos paramos al llegar a los cuatrocientos cincuenta y seis pasos, sobre la cima de un alto campo muy similar al otro, aun cuando más agreste y todavía más inaccesible.
Tenía ocurrencias de demonio... De buenas a primeras preguntó a Bautista, el intendente, si vivía en la casa alguna doncella, porque, desde unos trescientos años atrás, tenía el capricho de volver a pellizcar blancas y rollizas formas femeninas... Bautista, con la dignidad propia de un alto servidor de casa ducal, dijo que allí no había hembra alguna, ni se estilaban mujeres con semejantes formas... ¿Qué hizo entonces la extravagante visita?
Pues nada más fácil, querido doctor observó sonriendo Esteven, ponga en la misma mesa a Jacintito, y le dará conversación al sordo-mudo, y así no se aburrirá. El país no se ha de hundir por eso. Le pondremos, amigo; muerto por mil, muerto por mil quinientos. Que venga su hijo, y si no quiere venir, que no venga; yo daré orden al Habilitado que le entreguen trescientos pesos todos los meses.
Piensa tambien el entendimiento, y mira como verosimil la exîstencia de una Puente de un solo arco, y de trescientos pies de longitud: mírala como verosimil, porque la fábrica de semejante Puente no se opone á las reglas ciertas de la arquitectura; pero no obstante para creer su exîstencia es necesario que alguno atestigüe haberla visto, como en la realidad la han visto muchos en la China.
34 los hijos de Jericó, trescientos cuarenta y cinco; 35 los hijos de Senaa, tres mil seiscientos treinta; 36 Los sacerdotes: los hijos de Jedaías, de la casa de Jesúa, novecientos setenta y tres; 37 los hijos de Imer, mil cincuenta y dos; 38 los hijos de Pasur, mil doscientos cuarenta y siete; 39 los hijos de Harim, mil diecisiete.
En el antedespacho de los gerentes de Banco, los ordenanzas le ofrecían asiento misericordiosamente, dudando de que el personaje que estaba al otro lado de la puerta se dignase recibirlo. Pero apenas sonaba adentro su nombre, el mismo gerente corría á abrir. Y el pobre empleado quedaba estupefacto al escuchar cómo el gaucho decía, á guisa de saludo: «Vengo á que me den trescientos mil pesos.
El Rey le hizo merced de casa de aposento que representaba doscientos ducados cada año, le dio otros trescientos de regalo y le otorgó una pensión de otros tantos, que debía de ser eclesiástica cuando se sabe que para disfrutarla hubo necesidad, de dispensa.
Palabra del Dia
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