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Actualizado: 25 de junio de 2025
Dicen que soy hermosa, dicen que soy inteligente, que soy amable.... Pues bien, todas esas cualidades me servirán para redimirle.... ¿Aprueba usted mi pensamiento? Y si no consigue usted lo que se ha propuesto? Entonces.... ¡Entonces seguiré amándole como ahora! ¡Si es mi primer amor, mi único amor! La pobre señorita bajó la mirada, y quedó pensativa y silenciosa.
Así que, al casarse su hijo mayor, el tío Pacho construyó una casa de piedra al lado de la suya para que se acomodase. Hizo otro tanto al casar á su hija. Y cuando á su tercer hijo, Nolo, le tocó en suerte el ir de soldado, el viejo aldeano montó á caballo y alegre como si fuese á una romería depositó en las oficinas de Oviedo trescientos duros en doblones de oro para redimirle del servicio.
Comprendía que ella no le amaba ya, que amaba a otro; pero se decía que todavía le quedaba un medio de tenerla consigo, de substraerla a ese otro: ella decía que se la había entregado no tanto por amor como por apartarle de nosotros, por redimirle, y él se mostró redimido, la hizo ver que ella era su redención; que, abandonado por ella, recaería en el error.
En realidad, aquella casa ya no era suya. Por mucho que la esposa se esforzase, siempre se interpondría entre ambos el irremediable pasado. Su destino era vivir en un buque, pasar el resto de sus días sobre las olas, como el capitán maldito de la leyenda holandesa, hasta que viniese á redimirle una virgen pálida envuelta en velos negros: la muerte.
Era necesario redimirle, ayudarle a toda costa. «Y que perdonase don Víctor Quintanar, incapaz de ser escéptico, frío y prosaico por fuera, romántico y dulzón por dentro». Cuando subían la escalera, Paco Vegallana, el muchacho de más partido entre las mozas del ídem, estaba resuelto: 1.º A favorecer en cuanto pudiese los amores, que él daba por seguros, de la Regenta y Mesía.
Palabra del Dia
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