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Poco después hizo entrar en la trastienda á don Juan, guardó cuidadosamente el estuche con la sortija en un armario, y del mismo armario sacó un talego, le puso sobre una mesa, contó, y un montón de oro, representando los tres mil doblones, apareció sobre la mesa.

No lo que me sucedió: sólo recuerdo que al volver en me encontré en un lecho extraño rodeado de una familia desconocida, y con un médico a la cabecera. Mi indisposición había sido un accidente pasajero. Muy pronto, a consecuencia de los auxilios que se me prodigaron, volví al uso de mis facultades. Me encontré en la trastienda de una barbería.

El bolsista sentía como un renacimiento de la vida, algo que recordaba sus fiebres de joven, cuando siendo primer dependiente bromeaba y perseguía a la criada Teresa en la trastienda de Las Tres Rosas. Las niñas habían sido enviadas por su mamá a casa de «las magistradas». Juanito estaba en la tienda; y en cuanto a Rafael, no había que esperarle hasta bien entrada la noche.

Ya un tanto sosegadas, D.ª Feliciana propuso que se pasara á la trastienda, y allá se fueron las hembras acompañadas de Paco Ruiz, el promotor y Octavio. Los caballeros quedáronse en sus puestos. Y es fama que en toda la noche el infeliz D. Ignacio no pudo aprender nada, gracias á la prodigiosa facundia de D. Lino.

En lo más recio de la disputa acertó a entrar en la botica el señor don Paco, y antes de llegar a la trastienda tuvo el disgusto de oír y de comprender los horrores que allí se propalaban. Todos se callaron, porque cara a cara no querían ofenderle. La herida, con todo, estaba ya hecha. Se dio otro giro a la conversación. Se habló de cosas distintas.

La mañana pasábala don Antonio conferenciando con los corredores en la trastienda, leyendo los despachos bursátiles de los periódicos, haciendo comentarios y sosteniendo disputas con ciertos amigos nuevos que formaban corro a la puerta del establecimiento y hablaban con calor de la alza y la baja, los enteros y los céntimos.

Un hombre salió de la trastienda con paso acelerado, como si le persiguieran. ¡Don Eugenio! exclamaron los dependientes . ¿Adonde va usted...? Dejadme, muchachos. Ya me ha dicho el señor de arriba que no me marche.... Pero primero me matan que me quedo. Yo no puedo seguir aquí... ésta no es mi casa.... ¡Dejadme pasar...! ¡Abrid la puerta...!

Aquella noche el Magistral no quiso complacer a su madre bajando a la trastienda, le daba asco; imaginaba que abajo había un gran foco de podredumbre, aguas sucias estancadas. Oía vagos rumores lejanos del chocar de los cuartos viejos, de la plata y del oro, de cristalino timbre. Aquellos ruidos apagados por la distancia subían por el hueco de la escalera, en el silencio profundo de toda la casa.

como, con dichosa y amarga lucidez, ha escrito Manuel Machado. Ser un gran poeta equivale, pues, a ser un gran infortunado. Mercurio tiene el oro guardado en la caja de su trastienda. El amor de las mujeres hermosas, la admiración de la multitud es en España para esos muñecos emocionantes vestidos de oro que saben sonreír cuando la Muerte les roza los caireles.

La tendera abrió la compuerta del mostrador, y manifestando servicialmente á la condesa que su casa, ella y su familia estaban á su disposición, la llevó á la trastienda. Siguió Santos á la condesa, y cuando quedaron solos entre sacos de garbanzos, castañas y judías, la condesa dijo al secretario del duque: ¿Os ha dado mi padre alguna orden?