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Actualizado: 19 de junio de 2025
Otra vez le dijo al oído hallándose de tertulia: Tengo que pedir a V. un favor, Maximina. ¿Qué es? Que me dé V. un rizo de su pelo. La chica levantó los ojos con sorpresa. ¿Me lo dará V.? repitió mirándola atrevidamente. Maximina bajó los ojos haciendo una señal afirmativa. Pero trascurrió un día y trascurrieron dos, y tres, y no daba señales de cumplir su promesa.
Pero trascurrió más de un instante primero que saliesen de la cocina y entrasen de nuevo en la esfoyaza. El capellán quiso proseguir su obra de seducción sentándose otra vez al lado de la graciosa morenita; pero ésta hizo pedazos sus redes con un desdén tan manifiesto que irritado y mohino no tardó en despedirse de la reunión, montar á caballo y emprender la vuelta de Iguanzo.
La señora le guiaba hasta volverle a poner en el sillón. Esto se hacía siempre a puerta cerrada; pues antes de escudriñar su tesoro mandaba a Rosalía que echase el pasador a la puerta para que no entrara nadie. Una semana trascurrió desde el día de San Antonio, tristísima fecha en la casa, sin que el enfermo adelantara gran cosa.
Luego se puso a hacer dibujos sobre el cristal con un dedo. Escribió su nombre: Obdulia Osuna; después el de su confesor, Gil Lastra. Y volviéndose al rincón, se rebujó de nuevo. Trascurrió un rato en silencio. Ambos parecían soñolientos. Obdulia dijo al cabo: Con permiso de usted, voy a acostarme un poquito, padre. Tengo sueño.
De esta suerte trascurrió largo rato: el dueño del puesto junto al cual se habían detenido, comenzaba a fijarse en ellas. Paz, desasosegada, fuera de sí, se mordía los labios, pugnando por tragarse las lágrimas, y el aya la miraba sin atreverse a chistar. «No viene, no viene» pensaba la pobre niña, en cuyo corazón arraigaba rápidamente la esperanza. «¿Estará dentro?» la decían sus celos.
Carlota y Presentación se quedaron a la puerta, haciendo esfuerzos desesperados para ocultar su emoción. Recibioles el director cortésmente. D. Pantaleón se dejó conducir por él a otra estancia para conferenciar secretamente acerca de las anomalías orgánicas del ser que iba a mostrarle. Trascurrió media hora. Al cabo se presentó de nuevo el jefe. Ya está, arreglado el asunto.
De algún tiempo acá, Paquito de Asís andaba con unas enredosas monsergas del yo, el no yo, el otro y el de más allá, que sacaban de quicio al buen D. Francisco. Este le dijo, en resumidas cuentas, que si no echaba de su cabeza aquellas filosofías, le iba a quitar de la Universidad y a ponerle de hortera en una tienda. Trascurrió toda la mañana, y cansados de esperar a Rosalía, almorzaron.
Pasó entretenido unos cuantos minutos, luego volvió los ojos hacia la portada, pareciéndole inexplicable que su hermano no saliera en seguida; pero trascurrió un buen rato, y nada, Tirso no volvía. Miró el reloj, dio dos o tres paseos por delante de la fachada, sin soltar los sacos, y volviendo a subir las escaleras, dirigió otra vez la vista hacia la iglesia.
Palabra del Dia
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