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Actualizado: 29 de julio de 2025
Río arriba los Barreros, Peña-Corvera; río abajo Iguanzo, Puente de Arco. Y derramados por las faldas de las colinas algunos pequeños caseríos sepultados entre bosquetes de castaños y avellanos. El gran río cristalino herido por los rayos de la aurora parecía una franja de plata. Los maizales que bordan sus orillas salían del sueño de la noche esperezándose blandamente al soplo de la brisa.
Pero trascurrió más de un instante primero que saliesen de la cocina y entrasen de nuevo en la esfoyaza. El capellán quiso proseguir su obra de seducción sentándose otra vez al lado de la graciosa morenita; pero ésta hizo pedazos sus redes con un desdén tan manifiesto que irritado y mohino no tardó en despedirse de la reunión, montar á caballo y emprender la vuelta de Iguanzo.
Le estaba vedado por lo tanto contraer justas nupcias. Pero no pensaba que le estuviesen vedadas igualmente las injustas. En todo el valle no existía hombre más enamorado ni que poseyese armas amorosas de más alcance. Sus conquistas se contaban por docenas. Habitaba en el caserío de Iguanzo, del lado de allá del río, frente por frente de Entralgo.
¡Así Dios me mate si no es D. Lesmes! dijo para sí D. Félix reconociendo, en el colmo de la sorpresa y la indignación, al capellán de Iguanzo. Tan inesperado desenlace le llenó de despecho; porque en aquel momento no le hubiera pesado de andar á tiros. Se creyó en ridículo y desairado. Además encontraba altamente ofensiva para él la conducta de aquel sujeto.
Justamente en aquel instante fué cuando apareció en la esfoyaza D. Lesmes, el apuesto capellán de Iguanzo. Pasaba de Villoria, oyó la algazara y se apeó para disfrutar de ella algunos momentos. Y en cuanto entró sin más preámbulos se sentó al par de Flora y comenzó en voz baja á requebrarla, sin darle un comino por Jacinto que se hallaba del otro lado.
Palabra del Dia
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