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Actualizado: 13 de noviembre de 2025
Estaba amueblado con lujo de gusto dudoso. En vez del sello que imprime cualquier persona, si no es enteramente vulgar, al decorado y adorno de sus habitaciones, observábase la mano del mueblista que cumple el encargo que le han dado, según el patrón corriente. Las puertas de madera del balcón estaban abiertas. La luz penetraba por un transparente que representaba un paisaje de color de chocolate.
Ahora me parece que ya queda bien... ¡Huy, qué fría está el agua!... ¡En la mano no se nota, pero en los brazos!... Mire usted, mire usted cómo salta... Poniendo la palma de la mano contra la corriente se sube por el brazo arriba... ¿No ve usted qué hermosa y transparente está hoy?...
Menos afortunado yo que él, paseándome por el mar de Génova sobre un agua tan transparente como la descrita, sólo veía el desierto. Las enjutas rocas volcánicas de la playa, de mármol negro ó color blanco todavía más lúgubre, me representaban en el fondo del brillante espejo monumentos naturales, especie de sarcófagos antiguos, iglesias en ruinas.
Cuando hubo casi arrancado el armazón, empezó a tirar del vidrio deteniéndose cada vez que se oía un crujido o que una sacudida demasiado violenta hacía resonar todo el balcón. Por fin su paciencia obtuvo la recompensa y la hoja transparente cayó en sus manos.
En ocho dias pueden admirarse las bellezas de un cielo azul y transparente, visto desde el mar; el portentoso descenso del sol que sumerge su brillante cabellera en el seno de las aguas: la espantosa y dramática grandeza del mar poderosamente irritado: en una palabra, en ocho dias puede verse lo que en treinta, que fueron los que yo empleé en mi viaje, á pesar de que el vapor era el agente de nuestra marcha.
Con la cabeza ligeramente inclinada hacia el suelo y los ojos entornados, como si quisieran guardar su secreto entre sus largas pestañas, la nariz fina y vibrante, la boca de labios rojos algo gruesos y bien dibujados, la barba fina, el cutis transparente, ofrecía, destacándose sobre aquel fondo de verde otoñal, un maravilloso espectáculo de belleza.
Por la tarde el doctor tomó en su casa dos frascos, uno de cabida como para treinta gramos, y otro muy pequeño: llenolos ambos de agua clara, y, sin añadir nada al primero y mayor, vertió en el segundo una materia inofensiva, que dio al agua transparente un color amarillo tan brillante, que puesto el vidrio al trasluz, parecía contener oro líquido.
Se me ocurrió que, para haberlos adquirido en tan breve plazo, debía de haber sido muy desgraciada. Nos encontrábamos al borde del lago, puro, límpido y transparente... imagen de su alma. Así se lo dije; me miró, sonriendo con esa sonrisa triste que hace llorar, y repuso: Sí; la calma en la superficie... Y tal vez en el fondo... agregué, mostrándole el lago.
¡Cuidado! gritaron a un tiempo el patrón y la madre, como se dice siempre después que le ha pasado a uno cualquier contratiempo. Saqué el pie chorreando agua y no pude menos de soltar una interjección enérgica. La madre se turbó y se apresuró a preguntarme con semblante serio: ¿Se ha hecho usted daño? La hermanita del cutis transparente se puso colorada hasta las orejas.
La laguna es transparente, casi sin ondas, y el agua, saliendo por un arco de algunas pulgadas de altura, se extiende sin temor. Inclinado sobre el agua que centellea por los rayos del sol, medito mirando la sombra por donde sale, y envidio la pequeña araña acuática que corre patinando sobre la superficie líquida y va á refugiarse en un agujero de la roca.
Palabra del Dia
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