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Actualizado: 3 de junio de 2025
Despues de dos ó tres bocanadas de humo, de toser y de escupir por una comisura, preguntó á Ben Zayb dándole una palmada sobre el muslo: ¿Usted ha visto patos? Me parece... los hemos cazado en el lago, respondió Ben Zayb estrañado. No, no hablo de patos silvestres, hablo de los domésticos, de los que se crían en Pateros y en Pasig. Y ¿sabe usted de qué se alimentan?
Quiero decir continuó el abate, después de toser dos ó tres veces que venía á ver si consentían ustedes en que esa joven ... esa joven que ustedes protegen....
Si volvía a casa más tarde que yo, entraba y se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó; si se retiraba más temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser o moverme en la cama.
Hombre, ¿no ha leído usted las infamias que dicen de mí? Don Segis levantó el vaso a la altura de los ojos, examinó detenidamente el dorado líquido, lo acercó a los labios y bebió con pausa. Después de toser y desgarrar un poco, y limpiarse la boca con un pañuelo de hierbas, dijo gravemente: Phs... la intención no es buena que digamos... Pero vale más tomar las cosas con calma.
Porque yo ni estoy reblandecido, ni soy ciego, ni sufro de lepra, ni padezco de tuberculosis, ni tengo cáncer ninguno. En cambio, me encuentro resfriado casi siempre y no comprendo por qué razón han de tratarme ustedes con tanto desprecio. Muchas veces, harto de toser y de estornudar, yo he acudido a ustedes en consulta.
No supe cuánto tiempo lo estuviera, cuando me despertó el fuerte toser de una persona. Esta parecía hallarse en el corredor, a pocos pasos de mí, y deduje en seguida que era el «velador», que en toda hacienda suele rondar de noche.
Entonces decidí dar una vuelta por provincias haciendo tarjetas heráldicas... Y ahora, cuando vuelva a Madrid, trataré de establecerme en otra parte. El viejo tose y vuelve a toser, encorvándose, poniéndose la mano delante de la boca. Después, cuando ha acabado de comer lo que le han traído, saca una petaca y trata de hacer un cigarro. Pero Sarrió no le deja.
Si volvía a casa más tarde que yo, entraba y se acostaba con tal cautela, que nunca me despertó; si se retiraba más temprano, me aguardaba leyendo para que pudiese acostarme sin temor de hacer ruido. Por las mañanas nunca se despertaba hasta que me oía toser o moverme en la cama.
Estaban allí también el alcalde, hombre de mediana edad, afable y alegre, que solía decir frases chistosas y reía con ellas hasta toser y tosía hasta reventar. El recaudador, bilioso, taciturno, lleno de prudencia, excepto cuando bebía más de veinte vasos de sidra.
Allí estaba también el antiguo figle, don Romualdo, calvo, digno, de gran panza; en la catedral chirimía, en todo lo profano figle; casi una gloria provincial. Todo el pueblo, hasta los sordos, reconocía que era maravilloso lo que hacía con su extraño instrumento aquel hombre; le hacía llorar, reír, hasta casi casi toser.
Palabra del Dia
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