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Desembozándose, avanzó el anciano por la tortuosa calle que dejaran libre las mesas del centro, y miraba a un lado y otro buscando a su amigo.

Se veían blancos veleros anclados al final de la pendiente, un pedazo de lámina acuática y las casas del muelle opuesto, empequeñecidas por la distancia. En otras aparecía como último plano la montaña de Nuestra Señora de la Guardia, con su basílica puntiaguda y la brillante estatua final, semejante á una llama de oro inmóvil y tortuosa.

Córdoba, la ciudad de Abdherranmán; la Meca de Occidente, la que fué maestra del género humano, la vieja andaluza, que aún se engalana con algunos restos de su antigua grandeza; todavía hermosa, a pesar de los siglos guerreros que han pasado por ella; ya sin Zahara, sin academias, sin pensiles, sin aquellas doscientas mil casas de que hablan los cronistas árabes; sin califa, sin sabios, pero orgullosa aún de su mezquita-catedral, la de las ochocientas columnas; triste y religiosa, habiendo substituído el bullicio de sus bazares con el culto de sus sesenta iglesias y sus cuarenta conventos; siempre poética y no menos rica en la decadencia cristiana que en el apogeo musulmán; ciudad que hasta en los más pequeños accidentes lleva el sello de los siglos; tortuosa, arrugada, defendiéndose de la luz como si quisiera ocultar su vejez; escondida en sus interiores, donde guarda innumerables maravillas, y siempre asustada al paso del transeúnte; protectora de los enamorados, para quienes ha hecho sus mil rejas y ha obscurecido sus calles; devota y coqueta a la vez, porque cubre con sus joyas las imágenes sagradas, y se engalana y perfuma aún con los jazmines de sus patios... Tal era la ciudad que había estado entregada por tres días a la brutal codicia de los soldados de Dupont.

En Cahors descansaron los caminantes, sin incidente ni aventura que merezcan relato aparte, y al dejar aquella población se apartaron también de las orillas del río, tomando una senda estrecha y tortuosa que atravesaba extensa y desolada llanura.

Gallardo, sin saber cómo, se vio en los jardines, bajo el solemne silencio que parecía descender de las estrellas, entre cenadores de frondosa vegetación, siguiendo una senda tortuosa, viendo al través del follaje las ventanas del comedor iluminadas cual bocas de infierno, por las que pasaban y repasaban las sombras como demonios negros.

El lacayo tiró el patio adelante y llevó á la comedianta á las altas regiones donde vivía el cocinero mayor. Allí es, señora dijo señalando una puerta á Dorotea. Bien, idos; gracias. El lacayo se fué. Dorotea se quedó sola en una galería estrecha, larga y tortuosa y delante de una puerta. Llamó á ella con impaciencia. Abrióla una mujer joven y bella. Era Luisa.

En las tabernas, que no eran pocas, se oía mucha algazara. Era ya casi noche. Úrsula le fue guiando al través de aquella calle larga y tortuosa, que era la única de la parroquia de San Pedro, hasta una plazoleta en cuyo centro bailaba un grupo de muchachas. La batelera se detuvo delante de una casa vieja con escudo sobre la puerta, y se arrimó a la ventana de la tienda donde había estanquillo.

Morsamor, pues, y su hueste salieron, según unos, en una barca encantada, que se hallaron junto a la orilla de un lago, y que, arrastrada por la corriente, los lanzó en un río, por donde el lago se desaguaba, y cuyas ondas por rapidísimo declive se abrían cauce en la estrecha y tortuosa garganta que formaban tajados peñascos de empinadísimos cerros.

Hay que saber explotar la vanidad, el vicio o el secreto de alguna intimidad tortuosa. El dolor, la miseria, la injusticia no le interesan al que no las padece. Y esto lo saben los doctores de esas aulas de tragicomedia que están siempre abiertas en las aceras cortesanas. Y estos lamentables bigardos os dirán que son filósofos, cronistas y poetas.

Pequeño, negruzco y de pobre musculatura, una cicatriz tortuosa y mal unida cortaba cual blancuzco garabato su cara arrugada y flácida de viejo. Era una cornada que le había dejado casi muerto en la plaza de un pueblo, y a esta herida atroz había que añadir otras que desfiguraban las partes ocultas de su cuerpo.