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Ello es que a poco de llegar Antonio y Polidura a la casa de Doña Francisca, entró Frasquito muy alborotado, el rostro encendido, brillantes los ojos, y con gran sorpresa y consternación de las señoras, empezó a soltar de su boca, un poco torcida, atroces disparates.

La Marquesa tendida en una silla larga, forrada de satén, estaba en la galería de su gabinete respirando con delicia el aire fresco de la calle. Se disputaba a gritos. Cerca de ella, triunfante, en pie, con un abanico de nácar en la mano derecha, dándose aire voluptuosamente, ostentaba Glocester su buena figura torcida.

Si cuando chicos no les maleó el exceso de libertad, de grandes no les doblegó la desgracia; ni tampoco intentaron, por salir de apuros, vadear malamente aquella torcida corriente de su vida que comenzaba a encresparse.

Se creería, por su modo de mirar la escena, que se habían dado garantías de que Emma no pariría hasta después de casarse ella. Por fin se presentó Nepomuceno, acompañado del médico antiguo, del partero insigne; porque, con perdón de D. Basilio, Emma le tenía guardada aquella felonía; hasta el día del trance, Aguado; pero en el momento crítico, si la cosa no venía muy torcida, el otro.

Yo no soy sentimental decía ella a D. Saturnino Bermúdez, que la oía con la cabeza torcida y la sonrisa estirada con clavijas de oreja a oreja yo no soy sentimental, es decir, no me gusta la sensiblería... pero leyendo ciertas cosas, me siento bondadosa... me enternezco... lloro... pero no hago alarde de ello.

7 Porque mi paladar hablará verdad, y mis labios abominan la impiedad. 8 En justicia son todas las razones de mi boca; no hay en ellas cosa perversa ni torcida. 10 Recibid mi castigo, y no plata; y ciencia más que el oro escogido. 11 Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas; y todas las cosas que se pueden desear, no son de comparar con ella.

La torcida y dañada conciencia del fiel amante y del marido infiel, se quejaba, no admitía sofismas, allá en los adentros más nublados del turbado Bonis, que entre el sueño y la vigilia se entregaba, mitad por miedo, por desorientarla, como él se decía, mitad por una especie de voluptuosidad nueva y que juzgaba monstruosa, se entregaba a los arrebatos del amor físico, no con gran originalidad por cierto, pero con una espontaneidad que era lo que más le remordía en la citada conciencia de amante.

El vulgo de los teólogos obcecados con la palabra auténtica de que se valió el Concilio, dió al decreto una torcida inteligencia, i se empeñó reciamente en que se habia de venerar la Vulgata como si hubiera bajado del cielo, ó como si el Espíritu Santo hubiera llevado la mano al traductor, i esta gente al cabo logró salir con su intento, haciendo poco menos que comun su manera de pensar.

Quedó Currita atónita con la carta en la mano, mirando atentamente al gallo, que con una pata en alto, torcida la cabeza y fijo en ella el ojo inflamado, parecía ofrecerle caballerosamente, en caso de guerra, el auxilio de sus espolones.

Mientras tales pensamientos le atormentaban y consolaban sucesivamente, iba el Magistral por las aceras estrechas y gastadas de las calles tortuosas y poco concurridas de la Encimada; iba con las mejillas encendidas, los ojos humildes, la cabeza un poco torcida, según costumbre, recto el airoso cuerpo, majestuoso y rítmico el paso, flotante el ampuloso manteo, sin la sombra de una mancha.