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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Jaime sentía deseos de aprovecharse de esta intimidad diciendo galanterías, osando pequeños atrevimientos; pero se detenía en el momento oportuno. Con estas mujeres era peligrosa la acción, se mantienen impasibles, a prueba de toda clase de impresiones. Debía esperar que fuese ella la que tomase la iniciativa.
Se sentó Fray Miguel en la silla en que también se había sentado la primera vez, y diciendo, tengo que hablarte, excitó por señas al Padre Ambrosio a que tomase asiento. El diálogo que hubo entre ambos, y que Fray Miguel comenzó, requiere capítulo aparte. ¿Qué delirio es el tuyo? dijo el Padre Ambrosio . Me pasma que hayas venido a verme.
Los toreros le hablaban como a un padre; él los tuteaba a todos, y bastaba un telegrama llegado de cualquier punto extremo de la Península, para que al momento el buen doctor tomase el tren y fuese a curar la cornada recibida por uno de sus «chicos», sin más esperanza de recompensa que lo que buenamente quisieran darle.
Deseando estaba que Genoveva tomase la palabra para tener ocasión de decir a aquellas cursis cuatro palabritas bien dichas, ¡pero iba a estar aquello muy frío!... A ella le hubiese gustado discutir a caballo, con los hunos de Atila.
Había aparecido el clavo, que era la sensación de una baguetilla de hierro caliente atravesada desde el ojo izquierdo a la coronilla. Después pasaba al ojo derecho este suplicio, algo atenuado ya. Doña Lupe, tan cariñosa como siempre, le puso láudano, y arreglando la cama y cerrando bien las maderas, le dejó para ir a hacer una taza de té, porque era preciso que tomase algo.
El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase bajo su protección al abandonado y lo metiese en su casa, aunque no le faltase criadico.
¡Ay de mí! exclamó Dorotea oprimiéndose el pecho. ¡Bebamos, luz de mi alma! dijo don Juan, y se levantó y llenó las copas y las trajo en la salvilla, y se arrodilló sonriendo para que Dorotea tomase la suya. Dorotea se inclinó para levantar á don Juan.
Tuve la palabra en la boca más de una vez para preguntárselo; pero no me atreví, por temor a que me dijese que no, y tomase yo un berrinchín.
Desde entonces la casa de Elorza se vio invadida por una muchedumbre de mujeres que venían con niños enfermos a pedir a la señorita María que los tomase en brazos y los bendijese.
Y como don Rufo exigía que la niña tomase el aire libre, Cecilia se encargaba de acompañar a la nodriza. Gonzalo las acompañaba a ambas, la nodriza con la niña delante, él con Cecilia detrás. En aquellos largos paseos le confiaba todos sus secretos, le explicaba prolijamente sus temores, sus alegrías, sus esperanzas.
Palabra del Dia
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