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Yo puedo instruir á mi hija según la enseñanza que he recibido de esto, respondió Ester tocando con el dedo la letra escarlata. Mujer, esa es tu insignia de vergüenza, replicó el severo magistrado. Precisamente en consecuencia de la falta que indica esa letra, deseamos que tu hija pase al cuidado de otras manos.

No se cansaba jamás Llagostera de enumerar las ventajas positivas de Barcelona sobre Sevilla, y sobre el resto del mundo. Además, lo que le ponía fuera de si era la holgazanería de los andaluces. No hay una mala fábrica. A las cuatro de la tarde ¿sabe? los hombres astán santados a la puerta de casa tocando la guitarra.

Desde Lyon hasta Marsella el ferrocarril pasa tocando en muchas ciudades y poblaciones importantes, algunas de ellas ricas en monumentos antiguos, romanos y feudales, y en recuerdos y tradiciones de mucha significacion para la historia.

Valentina, entonces hablaban de ti dijo Nieves ruborizada tocando en el muslo a su compañera. ¡Qué gracia! No te apures, mujer. ¡Si ya sabemos que eres la más guapa! dijo la otra visiblemente picada. ¡Paz, paz, señoras! exclamó Gonzalo.

El cielo parecía haber descendido, tocando las crestas de las montañas, devorándolas en su seno oscuro, como si las decapitase. Pasaban a bandadas con el pavor de la fuga, graznando estridentemente, los pájaros de presa. ¡Camará!... ¡la que se nos viene encima! exclamó Zarandilla, que ya no veía nada, como si para él hubiese cerrado la noche.

El pianista, por no haberlas oído, continuó tocando; pero tuvo que detenerse, pues el señor humilde y anónimo que iba de un lado á otro como un doméstico se acercó á él, tomándole las manos. Al cesar la música, las parejas quedaron inmóviles; y, finalmente, con una expresión aburrida, volvieron á sus asientos. La condesa empezó á recitar.

Eran las ocho de la mañana y el vapor que debia conducirnos á Cádiz, tocando en Gibraltar, se balanceaba suavemente hacia la salida de la pequeña ensenada de Málaga, lanzando por sus dos altas chimeneas rojas sus espesas columnas de humo, que la brisa desbarataba en ondulaciones caprichosas arrojándolas sobre los arbolajes y las vergas de los numerosas fragatas mercantes que estacionaban en el puerto.

Era ya anochecido cuando aquella segunda procesión entraba en la Alhambra, sirviéndole de bastonero el agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, quien, pasando a la estancia en que sobre su solio aguardaba el Sultán, le dijo a éste, tocando antes diez veces la tierra con su frente: Príncipe de los creyentes, ya llega el loco sobre los lomos de la sabiduría.

Cuatro docenas de cohetes de dinamita, capaces de estremecer a los muertos en sus tumbas, anunciaron su salida. La murga municipal saludó al astro del día tocando por las calles la famosa polka de los paraguas. Después se situó en el Campo de los Desmayos, rodeada de un enjambre de chiquillos, y ejecutó algunas piezas de ópera. El mar, batiendo suavemente en las peñas, le servía de contrabajo.

Acostumbrada la prójima a levantarse a las nueve o las diez de la mañana, éranle penosos aquellos madrugones que en el convento se usaban. A las cinco de la mañana ya entraba Sor Antonia en los dormitorios tocando una campana que les desgarraba los oídos a las pobres durmientes.