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¿Qué quieren esos obreros que arman tanto escándalo? ¿Qué quieren esos carpinteros? ¿Qué quieren esos fontaneros? ¿Qué quieren esos fumistas? ¿Qué quieren esos empapeladores?... Quieren arreglar el mundo, intacto desde la Revolución francesa, para que tire una temporadita de algunos siglos. ¡Si se les pudiese decir que volviesen otro día!... Pero es inútil, y hay que resignarse a todas las molestias de vivir en una casa donde se están haciendo reparaciones.

Vine, pues, y metiendo, doce pasos atrás de la tienda, mano a la espada, que era un estoque recio, partí corriendo, y en llegando a la tienda, dije: "¡Muera!", y tiré una estocada por delante del confitero; él se dejó caer pidiendo confesión, y yo di la estocada en una caja; y la pasé y saqué en la espada, y me fuí con ella.

¿Qué hay? preguntó, acercándose a su Orestes. Un hombre. ¿Dónde? volvió a preguntar el seductor ansiosamente, girando dos veces en redondo. Ya escapó. Le atrapé en el momento de subir al corredor, y le tiré al suelo de un palo... Luego echó a correr... ¡Mal rayo! Ni el Romero a todo escape lo alcanzaba.

Habían pasado ocho días desde mi visita de vuelta de viaje. Tiré con fuerza de la campanilla y me hice anunciar. Amparo salió hasta el recibimiento y me tendió la mano con la mayor naturalidad. Otra vez no pida usted que le anuncien, me dijo sonriendo. Y me llevó a la sala asido de la mano.

Por indicación del oficial, tiré una moneda al negro del tambor y grité recio: «¡Vamos, muchachas, una bamboula endemoniadaMe será difícil olvidar el cuadro característico de aquel montón informe de negros cubiertos de carbón, harapientos, sudorosos, bailando con un entusiasmo febril bajo los rayos de la luz eléctrica.

Volvióse como lo pensó; y andando paso a paso, oliendo el clavel de tiempo en tiempo y con la otra mano en la cadera, iba discurriendo al siguiente tenor: El clavel se le cayó a ella de la boca; yo le recogí del suelo y quise dársele; ella le miró, viole sin rabillo, y me dijo: «no sirve ya, puede usted tirarle...» palabras textuales; y yo le tiré, bien sabe Dios que contra mi gusto.

Este tímido deseo me inspiró un pensamiento, y la inspiración de este pensamiento llevó mi mano al cordón de la campanilla, del que tiré fuertemente.

Enrejada era también la puerta, por la cual se veía un patio con pavimento de azulejos y columnas de mármol, donde había grandes macetas con flores y plantas. «¡Qué árabevolví a exclamar para mis adentros, mientras buscaba por todas partes el llamador. Di por fin con un cordelito, tiré de él y sonó la campanilla.

Ahora ven aquí, so canalla; ya que eres tan susceptible, ¿no consideras que has principiado diciéndome una grosería?... ¡Hora y media!... ¿Y qué?... Acércate, ponte de rodillas; deja que te tire un poco de los pelos. El joven, en vez de hacerlo, agarró una silla-fumadora y se montó en ella frente a su querida.

Leto, después de una breve pausa, prosiguió: Yo no soy hombre de perfiles galantes; pero a mi manera, distinguir de colores; y por saberlo, tan pronto como tiré el clavel conocí que no debía de haberle tirado de aquel modo... ni de otro, por si usted lo había notado... y aunque no lo notara: siempre era una cosa muy mal hecha... El caso es que toda la tarde estuve preocupado con ello... porque, créalo usted, Nieves: un hombre, por despreocupado y modesto que sea, se resigna a pasar por bandolero antes que por ridículo delante de una mujer; y con esta preocupación, en cuanto pude, volví por el clavel: encontrele, y le guardé donde usted le ha hallado ahora, sin otro fin que reparar mi falta en lo posible y tener siempre conmigo la prueba de ello.