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Este pensamiento ha renacido en con mayor fuerza al sentir las vibraciones clamorosas de la campana que llora sobre su tumba y que parece hacerme cargos por mi silencio, cuando el mismo bronce llora para recordármelo. Acumúlanse los años, la tarde de la vida se acerca, el polvo del tiempo comienza a empañar las hojas con el tinte pálido del otoño.

La Marquesa, de azul y oro, luciendo asomos de encantos que fueron, hoy mustios collados, con las canas teñidas de negro y el tinte empolvado de blanco, entraba en el comedor de la Regenta abriendo puertas con estrépito. ¿Cómo? ¿qué es esto? ¿no te has vestido? ¡Qué terca! exclamó Paquito, que acompañaba a su madre.

Era como el tinte de placidez que toma la cara del buen burgués al penetrar en el hogar doméstico. Saludáronse los dos amigos con el afecto de siempre.

Su gorra negra casi se confundía con el tinte cobrizo y barnizado de su cara, en la que se destacaban los ojos de mirada mansa y una dentadura de rumiante, fuerte y amarillenta, que se descubría al contraerse los labios con sonrisa de estúpido agradecimiento.

El pobre Obispo apenas si se movía: únicamente su pecho continuaba agitándose con penoso estertor. Sus labios tomaban un tinte violáceo; sus ojos casi cerrados dejaban entrever un globo empañado ó inmóvil. Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte.

Cuando no tengo otro trabajo, me traigo a casa unas cuantas resmas, y las enluto mismamente como las señoras ven. El almacenista paga un real por resma. Yo pongo el tinte, y trabajando todo el día, me quedan seis o siete reales. Pero los tiempos están malos, y hay poco papel que teñir.

Los candelabros de plata... el peligro de que su marido descubriese pronto que habían hecho un viaje a Peñaranda de Bracamonte... el medio de evitar esto... el señor de Pez, su ideal... ¡Oh, qué hombre tan extraordinario y fascinador! ¡Qué elevación de miras, qué superioridad!... Con decir que era capaz, si le dejaban, de organizar un sistema administrativo con ochenta y cuatro Direcciones generales, está dicho lo que podía dar de aquella soberana cabeza... ¡Y qué finura y distinción de modales, qué generosidad caballeresca!... Seguramente, si ella se veía en cualquier ahogo, acudiría Pez a auxiliarla con aquella delicadeza galante que Bringas no conocía ni había mostrado jamás en ningún tiempo, ni aun cuando fue su pretendiente, ni en los días de la luna de miel, pasados en Navalcarnero... ¡Qué tinte tan ordinario había tenido siempre su vida toda!

El amor de Clara apenas renacido y ahogado ya por el desengaño, la tristeza que siente al verse desdeñada, el abandono en que su hermana y el coronel la dejan para retirarse a un lugar donde ella no quiere seguirlos, todo presta al cuadro, y a Clara, principal figura del cuadro, un suave tinte de melancolía, iluminado por los celestiales resplandores de la resignación cristiana.

Iba envuelta en un manto obscuro que había perdido su primer tinte y era del color llamado "ala de mosca". Agarrado á una de sus manos marchaba un niño cuya cabeza apenas le llegaba á las rodillas. Rosalindo no conocía á la difunta Correa ni jamás encontró á alguien que pudiera describírsela. Pero al ver a esta mujer por primera vez, quedó convencido de su identidad.

Gustaba ella de lucir por todos estilos y de dar a sus salones cierto tinte de sabiduría y refinamiento aristocráticos. Había educado tan bien a D. Joaquín, espoleándole para aquellos trotes, que él había ido, en su carrera desenfrenada, más allá de la meta que ella le puso.