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Actualizado: 18 de julio de 2025
Y como no le dejasen acercarse á Juan Montiño, empezó á llenarle de improperios. Si no queréis que os tengamos por mujer, calláos dijo Juan Montiño acercándose al grupo ; y si queréis tomar satisfacción de esa afrenta, decidme dónde y cuándo podremos vernos, á fin de que yo os pruebe que no están fácil desagraviarse de mí. Ahora mismo... fuera...
Pero no se ponga usted en camino tan pronto, querido amigo; tenemos todavía mucho que hacer aquí, aun admitiendo que alguna vez necesitemos emprender ese viaje. Por el pronto, quiero ver á Sorege y hablar con él. ¡Qué! ¿Va usted á descubrir nuestras baterías? Están ya descubiertas, no lo dude usted. Conviene pues que tengamos la ventaja de saber cómo se defiende nuestro hombre.
¡Oh patria idolatrada, cuanto más afligida y angustiada te vemos te amamos más y más: no pierdas la esperanza; de la profunda herida siempre brotará sangre, mientras tengamos vida, nunca te olvidaremos: ¡jamás, jamás, jamás! Octubre, 1897.
Pero... ¿Pero qué? Es necesario, para que tengamos paz, apartar de la corte á muchas personas. La primera á don Francisco de Quevedo. ¡Cómo, señor! Es muy aficionado á contar cuentos que nadie entiende. Don Francisco de Quevedo es uno de los vasallos más leales de vuestra majestad. Paréceme, sin embargo, que le hemos tenido preso. Dos años. Es un tanto turbulento...
CUESTA. Lo que más importa, hija mía, es que tengamos formalidad... que las personas timoratas no hallen nada que censurar... Me han dicho... creo yo que habrá exageración... me han dicho que hormiguean los novios... ELECTRA. ¡Ay, sí! ya casi no acierto a contarlos. Pero yo no quiero más que a uno. CUESTA. ¡A uno! ¿Y es...? ELECTRA. ¡Oh! Mucho quiere usted saber. CUESTA. ¿Le conozco yo?
Mi querida, seréis un tesoro para mí dijo Nancy con su voz suave . No nos faltará nada cuando tengamos a nuestra hija. Eppie no volvió a adelantarse para inclinarse otra vez ante el señor Cass y su señora. Tenía la mano de Silas en la suya, oprimiéndola con fuerza; era una mano de tejedor, cuya palma y la yema de los dedos eran sensibles a tal presión.
Pepe, dominando cuantos resentimientos abrigaba contra su hermano y dando tregua al encono, como si aún fuera posible devolver a la casa la tranquilidad perdida, no hizo caso de aquellas palabras ásperamente pronunciadas. Óyeme, Tirso: vamos a ver si es posible que tengamos paz.
En esto te sobra la razón... Es mucha verdad... Claro está que lo son. ¡Una cuadrilla de borrachos y holgazanes!... y ese Federico Bullen es el peor de todos. ¿Es que no tiene juicio para venirse aquí, habiendo en casa un enfermo y sin que tengamos provisión de ninguna clase?... Ya se lo decía yo... Bullen, le he dicho, ¿es que estás borracho o loco para pensar tal cosa?... ¿Y a Conrado? ¿Cómo ha podido ocurrírsete convertir mi casa en un campo de Agramante, teniendo a mi niño enfermo?
Venga usted, Tragomer, venga usted... Cuando tengamos á Jacobo en el suelo americano, le pondremos en forma... Es un buen sportman; no hay que dejarle hacerse cura. Miss Maud se encargó en persona de intentar el esfuerzo supremo. Una noche en que se paseaba con Jacobo por la cubierta del Magic, en la rada de Cowes, se detuvo repentinamente y se apoyó en la borda del yate.
En el mar, sí; ¡pero en estos bosques, donde no pueden verse el sol ni las estrellas! Pero tengamos paciencia. No veo otro remedio por ahora. Construyeron una pequeña choza con hojas y ramas entrelazadas, y se guarecieron en ella para pasar la noche sin atreverse a dormir, por temor de no oir los gritos o señales de sus compañeros. Las horas pasaban sin que Cornelio ni Van-Horn volviesen.
Palabra del Dia
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