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Como si toda la pasión acumulada y oculta en tantos años brotara en ella de una vez con violenta sacudida, exclamó con fuerza: ¡Necio!, ¿no ves que te adoro? Lázaro quedó petrificado. La dama había hablado con toda la expresión de la verdad humana; se había revelado en un solo esfuerzo y del modo más categórico.

Plantamos en torno de la fuente la flor preferida, la encantadora florecilla azul, la dulce myosotis, tan querida de los enamorados. ¡Qué cuidado con nuestras plantas! ¡Qué deseo de que florecieran pronto! Dividimos los arriates en dos partes. Linilla sembraba una, yo la otra. ¿Dónde brotará la primera flor? ¿En mis cuadros o en los tuyos? En los míos, porque ¡yo te quiero más que a !

¡Oh patria idolatrada, cuanto más afligida y angustiada te vemos te amamos más y más: no pierdas la esperanza; de la profunda herida siempre brotará sangre, mientras tengamos vida, nunca te olvidaremos: ¡jamás, jamás, jamás! Octubre, 1897.

Imaginaos dijo un hombre llegado al último extremo del crimen; cargadle a vuestro pensamiento con todas las acciones afrentosas que fuera posible imaginar; vedle dormir tranquilo en medio de su vergüenza, como si se viera al abrigo de la muerte, como si no tuviera ya remordimientos ni tuviera conciencia... Mas un día, lo mismo que en el sueño de Nabucodonosor una piedra desprendida de la montaña hizo pedazos al coloso con pies de barro, así también un átomo arrancado a la misericordia de Dios por los ruegos de algún justo derribará sin causa alguna aparente ese coloso del mal y formará en sus entrañas desesperadas una lágrima, que subirá hasta el corazón y pasará por los caminos que Dios ha hecho para llegar a sus ojos marchitos, y brotará por ellos, y rodará al fin por sus mejillas... ¡Esa lágrima le ha revelado la verdad y conquistado el perdón y devuelto la paz!...

En el momento de pronunciar yo, que si la sangre derramada en la Plaza de la Concordia brotara de las piedras que pisábamos, nos ahogaría, un caballero y una señora pasaron muy cerca de nosotros, y al oir mis palabras la señora, se levantó el traje y anduvo de puntillas algunos pasos, como si temiera mancharse las botas y el vestido.

Ni mis cortas luces ni la brevedad que debe tener este artículo consentirían, pongamos por caso, que yo impugnara aquí las doctrinas de Schopenhauer en el libro ya publicado y cuyo título es Sobre la voluntad en la naturaleza. ¿Pero no me sería lícito recelar, no sólo la falsedad de la doctrina, sino lo huero o vacío que en ella puede notarse, fundándose en puro juego de palabras y en llamar las cosas o sus cualidades con nombres que no han tenido jamás, en castellano al menos? ¿Qué diantre de voluntad es esa que se ignora a misma y que ignora lo que quiere y que produce, sin embargo, el universo y las leyes matemáticas, físicas y morales que, sin duda, le gobiernan? ¿Cómo de esa voluntad sin conciencia nace la conciencia? ¿Cómo nace la inteligencia de lo que no entiende? ¿Por muchas vueltas que se a un objeto, brotará en él algo que no esté en germen en él y que no traiga además de fuera de él la sustancia y la fuerza y la ley que para el desenvolvimiento del germen se requieren?

Por en los manantiales mi ballesta la caza matará, rica en sabores; espléndida en matices la floresta por Dios bordada y al placer dispuesta, cuando la pises , brotará flores. Fresca sombra, sonora y perfumada, el ardor mitigando del estío, te ofrecerá del huerto la enramada blando lecho la grama regalada, límpido baño el murmurante rio.