United States or Cabo Verde ? Vote for the TOP Country of the Week !


Te ruego le dijo que nos dejes solos. El marqués dudó un momento indicándole con la mano a Beatriz tendida e inerte sobre el banco. ¿Me crees capaz le preguntó el pintor de maltratar a una mujer, aun cuando sea tan indigna como ésa?

Como diez antes sobre el sofá, ella, Inés, tendida en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de Wagner y su dicha deshecha. ¡Inés!... Sentí que el destino me colocaba en un momento decisivo. ¡Diez años!... ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés mía! Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido por los sollozos, murmuré: ¡Inés!

»Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y bañada en su sangre.

Camillas, lector, en la costa, á seis leguas al Noroeste de Santander, tendida sobre el lento declive de un cerro, arrullada por un lado por el inquieto mar de Cantabria, y protegida por los demás por una suave cordillera de pintorescas colinas, era una población verdaderamente deliciosa, no por sus condiciones topográficas solamente, pues bajo este aspecto hoy es mucho más bella que entonces, sino por las especialísimas que concurrían en el carácter de su pequeña sociedad.

Cuando se ve a una persona desde la mañana a la noche, no hay odio que dure; se habla, se responde, esto no compromete a nada; pero, la vida no es posible más que a este precio. Ella le llamaba don Diego; él sencillamente Germana. Un día de mediados del mes de junio, estaba tendida en el jardín sobre unos tapices de Esmirna.

En efecto, se bailó sentada en la misma silla del Príncipe; y, ya autorizada por la voz, se puso a comer con un apetito extraordinario, que la novedad y lo exquisito de la comida hacían mayor aún, y comiendo se quedó profundamente dormida. Cuando despertó, era muy de día. Abrió los ojos, y se encontró en medio del campo, tendida al pié del árbol donde había querido comerse la naranja.

Ana, durante las horas del calor, que ya era respetable, subió a su gabinete, y después de leer un poco, tendida sobre el lecho blanco, se acercó al escritorio de palisandro, y hojeó su libro de memorias. Siempre hacía lo mismo; antes de empezar a escribir en él repasaba algunas páginas, a saltos.... Leyó la primera que casi sabía de memoria. La leyó con cariño de artista.

Vaya... di que no me he lucido... En fin, no se habla más de eso. Di si me quieres, o no... pero pronto, pronto. Al otro día, en las alturas de Tibidabo, viendo a sus pies la inmensa ciudad tendida en el llano, despidiendo por mil chimeneas el negro resuello que declara su fogosa actividad, Jacinta se dejó caer del lado de su marido y le dijo: «Me vas a satisfacer una curiosidad... la última».

Júzgese lo extraño de aquella aparición y de aquella escena: Paulita, tendida, con los síntomas de un grave accidente; Lázaro, demudado y confuso; gran cantidad de monedas de oro, cosa desconocida en aquella casa, derramadas con abandono por el suelo, y las dos arpías en la puerta, mirándose como dos espectros.

Aquel cuervo fatídico que, según él, llamaba a los buenos cuando faltaba uno en el camposanto, debía estar ya despierto, alisándose con el pico las negras alas y preparando el graznido para que compareciese su prima. ¡Ay, pobrecita Mari-Cruz! ¡La mejor de la familia!... Y para que la muchacha no adivinase sus pensamientos, manteníase a distancia, viéndola de lejos, sin osar aproximarse al rincón de la gañanía, donde estaba tendida sobre un petate, cedido misericordiosamente por los jornaleros.