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Actualizado: 21 de julio de 2025
Por último, temió que Mauricio le juzgase egoísta y tuviese de Clementina mejor opinión que de él y quiso demostrar la diferencia que había entre ellos y hacer apreciar su abnegación comparada con la inflexibilidad de la señorita Guichard. Mauricio dejó su sitio lentamente y como á disgusto. Aquel día Herminia no había aparecido en el jardín.
Si no huyes, mi cuerpo te servirá de escudo y me matarán antes de que te maten. Plácido conoció entonces lo peligroso, lo imposible de la defensa. Temió más por la vida de ella que por la suya.
Temió luego que tan rica creación se desvaneciese, que se disipase como si fuera soñada, y exclamó al fin con extraño candor: ¿No me engaña V.? ¿Es cierto? ¿V. me ama? Con todo mi corazón contestó D. Jaime tomando la linda mano de doña Luz y estampando en ella un beso. No sea V. loco. Levántese V. dijo doña Luz, retirando con suavidad su mano de entre las de don Jaime.
Una cosa es reformar la ortografía pública, y otra aplicar ciertos correctivos a la especie humana. «Allá van los buenos días» le dijeron los chulos alegremente, y a Ido se le puso la carne como la de las gallinas, porque se acordó del duro y temió que se lo garfiñaran si entraba en parola con ellos.
Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa estaba dél enamorada, y que la honestidad la forzaba a tener secreta su voluntad; temió no le rindiese, y propuso en su pensamiento el no dejarse vencer; y, encomendándose de todo buen ánimo y buen talante a su señora Dulcinea del Toboso, determinó de escuchar la música; y, para dar a entender que allí estaba, dio un fingido estornudo, de que no poco se alegraron las doncellas, que otra cosa no deseaban sino que don Quijote las oyese.
Favorecidos y estimados en tanto que las armas de los Turcos le tuvieron casi oprimido, y temió su perdicion y ruina; pero despues que por el esfuerzo de los nuestros quedó libre de ellas, mal tratados y perseguidos con gran crueldad y fiereza bárbara; de que nació la obligacion natural de mirar por su defensa y conservacion, y la causa de volver sus fuerzas invencibles contra los mismos Griegos, y su Príncipe Andronico; las cuales fueron tan formidables, que causaron temor y asombro á los mayores Príncipes de Asia y Europa, perdicion y total ruina á muchas naciones y Provincias, y admiracion á todo el mundo.
Como había muchas señoras con el mismo disfraz, imposible saber quién era. Entonces se apresuró a salir del salón. Las palabras aquellas le sonaban dentro de la cabeza como feroces martillazos. Temió caerse. En la antesala respondió con sonrisa estúpida a las frases amicales que le dirigían. Su tío don Melchor, viéndole tan pálido, vino hacia él: Qué tienes, Gonzalillo: ¿te sientes mal?
Donna Olimpia tuvo indicios de que se conspiraba contra ella y contra el rey. Para aquel generoso príncipe temió un mal percance y para ella fin no menos trágico que el de la famosa Raquel, judía de Toledo, o que el de doña Inés de Castro, tan celebrada más tarde por los poetas épicos y dramáticos portugueses. Donna Olimpia sabía eclipsarse y evadirse a tiempo.
Y reía viendo la confusión de Fernando, el cual instintivamente volvía la mirada hacia los cajones de un secretaire inmediato, desconcertado por la certeza con que el doctor lo adivinaba todo. Temió Sanabre que sus subordinados oyeran alguna palabra del doctor: deseaba salir de allí cuanto antes, y se puso de pie invitando á Aresti á seguirle. ¿De veras que no había visto nunca los altos hornos?
Ella dijo, con acento mimoso de niña pequeña: Sí, yo quiero que me lleves.... Pero ¿cómo?... No puedo andar.... Estoy muy cansada.... Tengo abajo al Romero, ¿sabes? Nos lleva a los dos en un vuelo. ¿En un vuelo? murmuró Carmen con deleite . Yo tengo muchas ganas de volar.... Salvador temió que delirase. Tenía un poco de fiebre y estaba muy decaída.
Palabra del Dia
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