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Actualizado: 21 de julio de 2025


Yo no me he metido jamás con los de la asociacion, ¡sino para aconsejarles!... ¡no vayas á negarlo despues! Ten cuidado, ¿sabes? No, no lo negaré, pero ¿qué ha pasado, hombre de Dios? Juanito ya estaba lejos; había visto que se acercaba un guardia y temió que le prendiera. Basilio se dirigió entonces á la Universidad para ver si acaso la secretaría estaba abierta y para recoger noticias.

Aunque ella creía haber disipado todos los celos de don Paco y haberle inspirado confianza bastante para que no la vigilara, todavía temió que don Paco, o la viese en compañía de don Andrés o supiese por alguien que iba en su compañía, y aunque contra ella no formase queja, acabase por ofenderse de la obstinación con que don Andrés la perseguía y rompiese con él de una manera estruendosa.

Oyó rugidos de agonía, gritos, carreras precipitadas en el techo. Tal vez el obús, con su furia ciega, había despedazado á muchos de los moribundos que ocupaban los salones. Temió quedar enterrado en su refugio, y subió á saltos la escalera de los subterráneos. Al pasar por el piso bajo vió el cielo á través de los techos rotos.

Paladeó la alegría forzosa, la sensación de falsa libertad de todo enamorado después de una escena de rompimiento. «¡A vivir!...» Quiso volver inmediatamente al buque, pero temió la resurrección de sus recuerdos evocados por la soledad. Era mejor quedarse en Nápoles, ir al teatro, confiarse á la suerte de un buen encuentro, lo mismo que cuando bajaba á tierra por unas horas.

Y miraba a su sobrino con tal semblante triunfal y satisfecho, que éste temió perder la razón y darle un golpe con el puño cerrado sobre las narices. Para evitar semejante catástrofe, determinó sentarse a la mesa. Don Ramón quiso hacer lo mismo, pero su esposa le detuvo con un grito: ¡No, Ramón...! Hazme el favor de desinfectarte las manos. ¡Pero, mujer, si no he tocado nada infectado!

Más de una vez se temió que las discusiones degenerasen en disputas, las disputas en peleas, las peleas en batallas... Algunos bofetones y botellazos volaron en la estación ferroviaria y en el Club Social... También hubo sus trifulcas en la escuela. Los pisos, los bancos, los mapas, los pizarrones, todo quedó para siempre salpicado de sangre arrancada de las narices a feroces soplamocos.

En su casa no pudo apartar de la imaginación, todo aquel día y toda la noche, la dichosa manteleta, y de tal modo arrebataba su sangre el ardor del deseo, que temió un ataquillo de erisipela si no lo saciaba.

Se sorprendió mucho al verme «tan temprano y tan peripuesto al cabo de días y días sin dejarme ver de nadie», y temió que aquella inesperada visita fuera «para cosa mala». ¿Estaba enfadado con ellas? ¿Me habían dado, sin querer, motivo para estarlo?

Su mismo hermoso cutis estaba predestinado a inyectarse, como el del señor Rosendo, que allá en la fuerza de la edad había sido, al decir de las vecinas y de su mujer, guapo mozo. Pero, ¿quién piensa en el invierno al ver el arbusto florido? Si Baltasar no rondó desde luego las inmediaciones de la Fábrica, fue que destinaron a Borrén por algún tiempo a Ciudad Real, y temió aburrirse yendo solo.

Perfectamente bien dijo la señora observando con ansiedad el semblante de Torquemada . ¿Y en casa? No hay novedad, a Dios gracias. Doña Lupe esperaba aquel día noticia de un asunto que le interesaba mucho. Como siempre se ponía en lo peor para que las desgracias no la cogieran desprevenida, pensó, al ver entrar a su agente, que le traía malas nuevas. Temió preguntarle.

Palabra del Dia

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