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Actualizado: 9 de junio de 2025
Amaba con todas las fuerzas de su alma ardiente pero concentrada; amaba con la hermosa confianza y el cándido entusiasmo de los dieciséis años; pero también con la desconfianza involuntaria y la temerosa timidez de un amor tardío; amaba con la energía de una mujer y la debilidad de una niña. ¡Blanca amaba! ¿Y él? Se lo había dicho y se lo repetía sin cesar.
Paz, temerosa de que Pateta se escamara, le dijo, mintiendo: Sí, hombre, ¿no he de saberlo? Pero creía que se llevaba el trabajo a su casa. ¡Quiá, no señora! tié que hacerlo allí. Y eso del cura, ¿qué es?
Paz no se atrevía a responder, temerosa de un escándalo en tal sitio y por semejante ocasión: Engracia, sin permitirla avanzar, continuó: ¿Habrá Vd. creído que era la criá? Pues no señora... Don José y su novio de Vd. me tratan de igual a igual, y su novio de Vd. y mi Millán se llaman de tú... Conque, menos humos.
Lo haré, sí, lo haré le aseguró en voz enronquecida, en una voz de una mujer eminentemente desesperada, aterrorizada, temerosa de ver descubierto algún terrible secreto suyo. ¡Ah! exclamó con desprecio, encogiendo el labio, una vez me trataste con desdén, porque te considerabas una gran dama, pero yo voy ahora a vengarme, como vas a verlo.
Entonces, él la deja en el suelo, y con mirada temerosa observa a su alrededor. ¿Los ha visto alguien?... No, nadie... ¿Y después de todo?... ¿Qué importa?... El hermano de Martín puede besar muy bien a la mujer de Martín. ¿No exigió eso él mismo, un día? La joven abre los ojos; parece salir de un sueño. Su mirada evita la de Juan. No está bien lo que has hecho, Juan.
Y la silueta del Cura que caminaba delante de todos, con sus hopalandas negras, con su negro tapaboca arrollado al pescuezo, ¡qué grande me parecía sobre la blancura deslumbradora de la nieve! ¡Y qué solemnidad tan temerosa y elocuente la de aquel silencio de la Naturaleza! ¡Y qué sonido tan débil, tan extenuado y melancólico el de las campanas de la parroquia doblando a muerto sin cesar desde que había amanecido!
Pues ido el enemigo ya, y venida La triste de la noche temerosa, La miserable hacienda ya metida En el fuerte con priesa presurosa; Nuestra gente sin fuerzas y rendida A la tirana muerte dolorosa, Por la frigida arena est
La voz no dijo nada, y hubo un ratito de temerosa expectativa. «¿Pero no contesta usted? interrogó Nicolás con acento airado . ¿Por quién me toma? Hágase usted cargo de que está en el confesonario. No hago la pregunta como persona de la familia ni como juez, sino como sacerdote. ¿Tenía fundamento la sospecha?».
Algunas semanas pasaba Teresina triste, temerosa de haber perdido su dominio sobre el señorito; entonces era cuando el Magistral vivía al lado de Ana libre de congojas, tranquilo en su conciencia; pero poco a poco el tormento de la tentación reaparecía; sus ataques eran más terribles, sobre todo más peligrosos, que los del remordimiento; la castidad de Ana, su inocencia de mujer virtuosa, su piedad sincera, la fe con que creía en aquella amistad espiritual, sin mezcla de pecado, eran incentivo para la pasión de don Fermín y hacían mayor el peligro; por que ella que no temía nada malo, vivía descuidada sin ver que su confianza, su cariñosa solicitud, aquella dulce intimidad, todo lo que decía y hacía era leña que echaba en una hoguera.
Yo, señor, yo soy dijo la que así se llamaba, adelantándose temerosa de que alguna de sus compañeras le quitase el nombre y el estado civil. Esa es añadió la Casiana con sequedad oficiosa, como si creyese que hacía falta su exequatur de caporala para conocimiento o certificación de la personalidad de sus inferiores.
Palabra del Dia
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